CRÍTICA DE CINE
'Corn Island' (George Ovashvili. Georgia, 2014. 101 minutos)
El cine del georgiano George Ovashvili posee una potencia visual extraordinaria. Sus historias son contadas a través de imágenes. En ‘Corn Island’ debe haber aproximadamente unas ocho frases a lo largo de sus 101 minutos y ninguna es trascendente. La decisión es un tanto controvertida porque en esta ocasión parece que se fuerza al personaje a no ser natural con el diálogo. La huida de la palabra permite observar con detenimiento ese planteamiento que gira por determinadas fases, al igual que la evolución del maíz, auténtico artífice del tempo interno de la película.
Se intuye esa razón emocional que prima en la concepción de una historia tan localista. El conflicto georgiano es el protagonista encubierto. La ocupación por parte de Rusia –según el punto de vista georgiano- está latente y evidentemente influye en la rutina de ese abuelo y su nieta por plantar maíz. El oeste georgiano donde se enclava la historia es en realidad una zona límite del conflicto entre Georgia y Abjasia. Con la excusa de la tierra que trae el río durante la lluvia y que genera islas a las que solo se puede acceder en barco y cultivar maíz, llega el abuelo para instalarse en unos acontecimientos con caducidad. Esos disparos que acompañan a este personaje y a la nieta inquietan de menos a más.
El modo de rodaje de Ovashvili es excelente. Es capaz de filmar con unos movimientos de cámara íntimos y efectivos a la vez que con primeros planos en los que se aprecia ese miedo y esa entereza de los personajes. Sus miradas comunican un estado que va permutando continuamente. La de la nieta es crucial, porque sus ojos son los que contemplan sin interrogar. Asiste a la naturaleza salvaje y sus impulsos se desarrollan casi a la par del conflicto. Es posible que la madurez de la que se dota a su personaje en ciertas ocasiones sea un tanto exagerada, porque hay preguntas que la mera contemplación no puede resolver. Cierto tipo de miedo se instala en esas costumbres por subsistir cuando cualquier situación rocambolesca pueda aparecer. Todo el entramado es llevado de un modo serio y nunca desmedido. Se podría decir que el espíritu de ‘La isla desnuda’ (1960) de Kaneto Shindô ayuda en la concepción global al director georgiano en su discurso.
El ciclo de la naturaleza es algo que reina en todo ese conflicto. Las lluvias, el cambio de estación y esa vida que debe continuar por sus derroteros cíclicos. Islas que nacen, mueren y vuelven a dar cobijo a ese otro aldeano que vislumbra su futura plantación. Poesía filmada, aunque hay que dejar claro que la parte final del abuelo y la nieta pierde consistencia en su exposición y, tras una película de ritmo pausado, ese frenesí final hace que la apuesta de dirección sea algo menos formal y se resquebraje ligeramente.
Las interpretaciones de Ilvas Salman, Mariam Buturishvili y Tamer Lavent son tan deliciosas como absorbentes. Del mismo modo la fotografía, con eco a ciertas imágenes de Sebastião Salgado, es una delicia que roza lo pictórico en conjunción con la amargura de la eterna presencia de la muerte. ‘Corn Island’es la segunda película que dedica George Ovashvili a la trilogía emocional de su país tras la notable ‘The other Bank (2009).
IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ
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