'EL LEGADO DE BOURNE'. Tedio interminable



CRÍTICA DE CINE

'El legado de Bourne' (Tony Gilroy. Estados Unidos, 2012)

Que la maquina de hacer dinero tenga que continuar aunque falten ideas es un acontecimiento que ya no llama la atención. Aplicar el nombre de Bourne para intentar atrapar al mismo tipo de público que acudió a ver la saga es un truco pusilánime y cobarde, pero es lo que hay. Los guionistas se sacan del sombrero programas nuevos, prototipos, destrucciones de programas anteriores y, finalmente, la novedad más impresionante: el supuesto legado de Bourne es ahora una especie de superhéroe  con supersentidos,  capacidad de salto, reacción… lo que ocurre es que aquí no le pica ninguna araña, todo es creado en un laboratorio. Con un prólogo más propio del programa 'El último superviviente' que de una película de tales características intentan reflejar la resolutiva capacidad de un agente en situaciones extremas al que supuestamente le queda poco tiempo, dato que, evidentemente, desconoce.

Con tres referencias a diversas tramas de las películas anteriores –es más, hacen que se sitúe casi a la par que la tercera con la escena del asesinato en la estación de Waterloo en Londres- les basta para introducir al personaje y a la historia de operaciones secretas y soplos colgados en Youtube. La acción es bastante menos trepidante y los enfrentamientos cuerpo a cuerpo no son dignos de mención. A esto hay que sumarle que la historia se va desmoronando desde el principio.

La hábil dirección y las interpretaciones de Jeremy Renner y Rachel Weisz –igual de bella pero menos efectiva-  no consiguen que la historia tome impulso, ni siquiera hay una mínima tensión sexual –bochornosa la acción en la que Bourne sale del armario para salvarla-, no tienen tiempo. La aparición de Edward Norton es tan insulsa que no pinta nada, pero estas películas necesitan nombres para que se acuda a la sala y los actores engordar sus cuentas: lo comido por lo servido y encima todo pinta a que habrá una especie de secuela en la que se incluya al mismísimo Bourne.

Por encima de las reiteradas e infructuosas persecuciones, la trama real gira en torno a inocular un virus para hacer que el protagonista no siga enganchado a sus medicamentos. No hay atisbos de salvación entre tanta mediocridad. Los tiempos muertos en la película son eternos y el metraje resulta insufrible aunque puedan disfrutarse de los paisajes que muestran alrededor de medio mundo.

Cuesta creer que no hay historias más interesantes en los que invertir presupuestos tan abultados, pero es lo de siempre, quien hace la ley, hace la trampa.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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