MALIK Y SIXTO. El director y el cantante



No había que ser demasiado observador para descubrir que tras los 87 minutos de ‘Searching for Sugar Man’ latía algo especial. La afirmación no hace referencia a la figura del músico de Detroit, nuevo icono hipster del malditismo, sino a aquel que desempolvó la historia real, el que puso empeño, luchó por conseguir los medios, la sacó a la luz y le dio un brillo que le fue correspondido con elogios y galardones. Había que tener una sensibilidad diferente para emprender un proyecto de estas características. Y quizá ese mismo rasgo es el que llevó hace un mes a Malik Bendjelloul a dejar todo y abandonar, ya sin vuelta atrás. Meras conjeturas al amparo de una certeza, el valor artístico y fundamentalmente emocional de ese documental que tocó la fibra de tantos.

El espectador y la crítica empatizaron enseguida con Sixto Rodríguez y su largo infortunio. Enterrado, o casi, quedó lo demás. Hay en esta recuperación de un músico olvidado una lectura soterrada que lleva al desaliento, a la descripción de lo que define en gran medida la sociedad actual. Visto el documental, todos alabaron al músico y destacaron su talento. Acudieron a sus nuevos e improvisados recitales, sin que a nadie le importara esa fragilidad física propia de una vida, la de Sixto Rodríguez, con cicatrices de las que todavía duelen. Formaba parte del show, en España se ha tenido a un músico en circunstancias similares, Antonio Vega, cuyos conciertos siempre eran una invitación a la sorpresa y eso le llevaba a conectar más todavía con el público. Es fácil apuntarse a la corriente mayoritaria cuando todo sopla a favor, la imposición de las modas. La doble moral del caso, tan propia de estos tiempos, viene dada cuando se sigue rechazando al diferente, al ajeno al autobombo, aquel al que solo le importa su trabajo, su pasión, no lo que lo rodea, sordo a los murmullos de cóctel en los que se reparten las posiciones en la escala. No hay que engañarse, el mundo está lleno de Sugar Man, gente que sufre para llegar a fin de mes y que no se puede sacudise la tristeza de no haber tenido nunca ni una oportunidad. Personas que miran al pasado con cierto rencor por culpa de la indiferencia del resto, simbolizada en aquellos que ahora escuchan y defienden a un personaje por el que nunca habrían apostado en su momento si hubieran tenido cerca.

Hay algo de todo esto detrás de Malik Bendjelloul, cierto distanciamiento con el fervor que produjo a posteriori el personaje y por extensión su documental, y que se puede corroborar acudiendo a la hemeroteca y leyendo alguna entrevista. O, dejando la letra impresa, tomando como referencia la imagen. La imaginación no debía volar demasiado alto cuando en la ceremonia de los Oscar el realizador subió al estrado, tímido, desubicado, casi pidiendo perdón, y soltó un breve discurso de agradecimiento. No era la estampa de felicidad típica del ganador de una estatuilla dorada. Realmente solo él y sus allegados sabían que había dentro y detrás en ese instante. Y si le produjo la alegría que se supone. Puede que algún día alguien cuente su historia, cómo dejó un trabajo estable y se lanzó a recorrer el mundo buscando un sentido al duro trance que es vivir y se topó en Sudáfrica con una historia a la que aferrarse. Pero eso sería otro documental, tan opuesto al que él realizó con Sixto Rodríguez en su desarrollo y tan cercano en el epílogo, con el músico apresado por el marketing más feroz y Bendjelloul víctima de las garras de la depresión.

Ojalá hubiera más Sugar Man en el mundo. Y, sobre todo, ojalá existiera más gente como Bendjelloul para descubrirlos y permitirnos seguir creyendo que, hasta el final, todo es posible.

RAFAEL GONZÁLEZ

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