'MI OTRO YO'. Cuando el rímel resbala


CRÍTICA DE CINE

'Mi otro yo' (Isabel Coixet. Reino Unido, 2013. 86 minutos)

A buen ritmo, Isabel Coixet va ensanchando su filmografía. Todavía reciente la fallida ‘Ayer no termina nunca’ la barcelonesa pega un nuevo golpe de timón y apunta a un terror con raíces en el imaginario adolescente e iluminado por un gótico ‘british’ y de estética videoclipera. Había riesgo –y miedo en el espectador- ante lo que pudiera hacer con el material que le pusieron en sus manos, puesto que el olor del encargo está muy presente desde el arranque. Al final sale airosa del reto. Coixet ha sabido hacer suya esta historia de traumas con acné. Con un material de consumo juvenil, sacado de la novela de Cathy MacPhail, ha hecho una película adulta, y es el mejor piropo que se le puede dar al resultado final.

La historia es tan básica y se sujeta con tan poco que Coixet la ha comprimido en poco más de ochenta minutos. Solo luce en el camino en línea recta que propone esta cara ‘b’ del ‘Cisne negro’ de Aronofsky esa inclusión del universo de Shakespeare a través de un ‘Macbeth’ de taller de teatro. Es notoria igualmente la labor de Sophie Turner, cómoda en lo suyo, personaje de adolescente retraída y sufriente, en otro tiempo y en otro lugar pero no demasiado alejado del que le toca en ‘Juego de tronos’.

Si bien lo que propone ‘Mi otro yo’ no es terror al uso, sí que Coixet apunta hacia mecanismos propios del género, novedad en su carrera. Hay algún susto taquicárdico y una localización inquietante, ese túnel habitado por presencias indefinibles y estudiantes encapuchados al estilo de los mostrados en la irlandesa ‘Citadel’ (Ciaran Foy, 2012), aunque no tan peligrosos. El pasadizo separa los dos mundos de la adolescencia, instituto y familia. En medio se quedan las amistades y el amor incipiente, en ese limbo al que Coixet le pone su sello. La lluvia entonces cae lenta, el rímel resbala por los pómulos y hay alguna escena que puede tocar fibra, en esencial cuando se aproxima al núcleo familiar. Así la cineasta demuestra que sin tirar de alardes y con una historia mínima y sólida puede hacer un trabajo potable, exhibiendo un yo diferente al de su filmografía anterior.

RAFAEL GONZÁLEZ

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