'MUSARAÑAS'. Pequeños bichitos desconocidos



 CRÍTICA DE CINE

'Musarañas' (Juanfer Andrés, Esteban Roel. España, 2014. 91 minutos)

Aunque Álex de la Iglesia se trate de desmarcar del proyecto, en ‘Musarañas’ no deja de percibirse su aliento. Ya alerta el tamaño con el que los títulos de crédito indican que es uno de los productores y se constata en un puñado de detalles tanto de guion como de puesta en escena que la conectan directamente con buena parte de su filmografía. De título ambiguo, que hubiera necesitado de un vistazo al diccionario que verificase su significado real, a ‘Musarañas’ se le notan las costuras de película primeriza. Pequeño cuento gótico claustrofóbico con hechuras teatrales –apenas sale de las cuatro paredes-, se mueve entre géneros sin fijar el tono. Hay ramalazos costumbristas de posguerra española, apuntes dramáticos de raíz familiar, determinados acercamientos estilísticos al terror claustrofóbico y para rematar al festín se une inesperadamente el gore y unas chispas de humor negro. El batido de referencias solo se agita en la recta final, la más ‘alexdelaiglesiana’, con acercamientos y algo más a ‘La comunidad’ y ‘Crimen Ferpecto’.

El resto circula con espesura. Le cuesta arrancar a ‘Musarañas’, fijar un rumbo, definir su personalidad. Lo demuestran detalles como la poca relevancia de secundarios como Luis Tosar (perfectamente se podría omitir la presencia de su personaje) y la tibieza con la que maneja Nadia de Santiago su papel, que no es otro que el de los ojos del espectador. Entre el oleaje de géneros, referencias e indefinición aparece también Macarena Gómez. Lo pone todo la actriz para dar vida a su personaje de mujer atormentada por sus fantasmas personales, encerrada de por vida entre las cuatro paredes y reticente a pesar de todo a dejar de sentir. Hace tan suyo a ese personaje que vive entre cruces, vírgenes y oraciones que la suya es una interpretación-balanza. Oscila de un extremo a otro con demasiada facilidad, sin que el personaje pueda respirar, desde la relajación al bofetón casi no hay intermedio. Hugo Silva pone rostro al estatismo de su personaje. La referencia al James Caan de ‘Misery’, cambiando veteranía por acné interpretativa, sobrevuela su trabajo. El cortocircuito que provoca en las hermanas protagonistas apenas se exterioriza. Tridente aparte, el resto de secundarios casi no aporta, con la consabida aparición de Carolina Bang, impulsora del proyecto y que se reserva un pequeño y al final definitivo papel, justo cuando la película se desata y pega el petardazo.

La labor de Juanfer Andrés y Esteban Roel en su largometraje de debut se hace notar con la quietud con la que ensamblan planos y personajes. Es en esa primera mitad casi inmóvil, de puesta en escena teatral, donde se hace notar su labor, a la que realza la más que notable ambientación. Ese céntrico piso madrileño es todo un hallazgo y es realmente lo que hace temblar al espectador, confundido entre unos personajes que se mueve en planos genéricos indefinidos, un intento de introducir el pesar de la posguerra. Allí es donde uno se pregunta por esas musarañas por las que pregunta el título. Al final llega la respuesta, y es que son mucho más inofensivas que lo que sus autores pretendían con esta producción que finalmente se revela como en exceso ambiciosa. 

RAFAEL GONZÁLEZ

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