'NIGHTCRAWLER'. De carroñeros, dinero y muerte



CRÍTICA DE CINE

'Nightcrawler' (Dan Gilroy. Estados Unidos, 2014. 113 minutos)

Dan Gilroy ha conseguido que su película campee en el límite de los excesos burlando todas las posibles trabas de la censura y así colarse en la batalla de los Oscar. La nominación a mejor guion resulta un tanto curiosa, más que nada por las simplezas y facilidades que propone la historia en su inicio y su final. Apostar por un claro antagonista de la moral, como es el personaje interpretado por Jake Gyllenhaal, actor que cada vez que se pone delante de la cámara ofrece un recital de miradas, gestos y tonos de voz –además de implicarse al máximo en cada proyecto, aquí es productor-, ofrece un aplomo a la línea general de la historia planteada por esa ausencia de moralidad que siempre ofrece un protagonista que raya en la locura y el desvarío pero nunca sin llegar a ese extremo poco permitido por la audiencia. Gyllenhall representa el sueño americano en todo su esplendor: sangre, sudor, lágrimas y audiencias.

El comienzo nos muestra a un ser perdido en busca de algo a lo que dedicar su vida, intentando asentarse en un espacio que no sea el robo del cobre o cualquier trasunto que le permita subsistir. La casualidad le lleva a presenciar un accidente y  asistir a la grabación de un 'freelance' para vender esas imágenes a las noticias. Esa especie  de epifanía es la que lleva al protagonista a intentar reubicar su vida con una cámara y una radio de policía en busca de carnaza sangrienta para las noticias de la mañana.

Gilroy tiene clara sus influencias, y de estas no hay duda que David Cronenberg y su ‘Crash’ es la que más notoriedad ocupa. Los accidentes, la sangre, las heridas, la noche, los coches y el deseo por lo trágico se tornan en  imprescindibles para la evolución de esa ambición del protagonista. La música,, incluso en esas escenas que podrían considerarse más escabrosas, evoca a ese guitarreo angustioso que compuso Howard Shore para la película del director canadiense. Dan  Gilroy lo filma todo con una engañosa proximidad, porque pese a la crudeza que podrían tener las escenas, estas no son más que un reclamo a la sugestión debido a la distancia que realmente ofrece. Jugar con el encuadre es algo que sabe hacer e introducir supuestas filmaciones con las cámaras que utilizan los protagonistas le ofrece cierto dinamismo a su planteamiento visual. La fotografía siempre es funcional y no busca ningún lucimiento por encima de la historia.

La aparición de René Russo imprime una curiosa fascinación por el precio de la audiencia. Las vísceras, el deseo y las imposiciones toman la rienda de una historia que pretende dejar constancia del precio del impacto en el ciudadano. Cuánto más sangriento, mejor se paga. ¿Quién llega antes con las imágenes? Guerras, accidentes, trampas, más dinero, notoriedad a cualquier precio y asesinatos encubiertos. 

Podría señalarse que también hay ecos de ‘Blow up’ a lo largo de la película, aunque  Gilroy ha sabido hacerse fuerte en su parcela. Su final es demasiado sencillo y profundamente inverosímil por
su simpleza a la hora de exponer los hechos. Ese descuido pesa en una película que no deja de ser una historia bien realizada con interpretaciones sobresalientes –no olvidar a Riz Ahmed y Bill Paxton- pero que se queda en un postureo  que no avanza en sus formas hacia esa carroña humana que podría haber sido. Se optó por la distancia y cierta pulcredad, una decisión que contrasta con los derroteros que aparentemente llevaba.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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2 Comentarios

  1. Muy acertada la crítica.
    Yo destaco ante todo un ente lleno de energía y personalidad que sostiene la película en forma de personaje protagonista y al que da vida un animal de la interpretación llamado Jake Gyllenhaal.
    Este mensaje es una excusa para hablar contigo del corto Acto III
    Gracias!

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