'SIN FLORES NI CORONAS'. Odette Elina





CRÍTICA LITERARIA

'Sin flores ni coronas'

Autora:Odette Elina
Editorial: Periférica
Páginas: 136


DONDE TODO SE ACABA –O NO-

Para Laura Winkelman

Brutal, desafiante, original. Pese a su pequeña extensión –son 136 páginas, con un formato muy reducido- está repleto de toda la artillería de dolor y realismo imaginable. Esto llama la atención y más hoy en día, que quizá se esté acostumbrado –por el cine- a una recepción de películas sobre campos de concentración que resultan edulcorantes y ligeramente preciosistas. No hay que olvidar ‘La vida es bella’ y ‘La lista de Schindler’, historias realizadas en busca de la lágrima del espectador –acompañadas de dos buenas bandas sonoras- y a la espera del reconocimiento de esos premios que buscan más la extraña farándula que el arte, como son los Oscar. Nada de eso va  a encontrarse en ’Sin flores ni coronas’,  jamás  existe el intento de paliar con distintas artimañas lo que fue la estancia en el campo de concentración.

En la nota introductoria de la primera edición se advierte que el desahogo va a ser la nota que acompañe el camino, de hecho termina la introducción con la siguiente frase: “Aunque los hornos crematorios estén materialmente destruidos, su humo aún oscurece el cielo del mundo”. 

El libro comienza sin más preámbulo que el de hacer constar que la historia es absolutamente verídica. Odette Elina es quien ha vivido en el campo de concentración. Esto ya sobrecoge, y más teniendo en cuenta que está escrito casi al instante de ser liberada. En muchas ocasiones se mantiene que para relatar algo sobre uno mismo ha de hacerse con perspectiva, en el caso de Elina es justo lo contrario. Afronta la tarea de recordarse en ese año con una madurez notoria y un resultado contundente. 

Comienza directa, golpeando –simulando a Ricardo III, “Ahora…”- situando el contexto en ese vagón de tren repleto de mujeres a las que desnudan, los golpes que reciben a continuación y el trabajo de esclavas que realizan. La ausencia de esperanza, la sensación de estar viviendo el último minuto de vida, la posibilidad del no retorno a lo que fueron, aunque sabiendo que si volviesen no serían ya quienes fueron… todo ello se describe de un modo tan directo que el lector será el que se sienta desnudo ante la falta de pudor a la hora de mostrar lo que fue el año de su vivencia. Todo está medido, no hay una frase que sobre ni una descripción confusa. Su orden obedece al recuerdo inmediato, de ahí que los vaivenes temporales sean continuos. Pese a ellos, la autora nunca despista en su intención. Esa búsqueda de honestidad a su recuerdo es la que le lleva al impulso del instante.

Una capacidad de síntesis tan enriquecedora como la de Elina es un ejercicio difícil de construir. Todo lo relatado podría haber tenido más de dos mil páginas, pero su concreción del instante se aúna con la precisión descriptiva ofreciendo un eminente aspecto visual en la imaginación del lector.  Pese a todo el dolor que relata, no se recrea en él. Asume su experiencia y con esa exactitud de palabras traslada los momentos que ha decidido mostrar para trasladar esa angustiosa sensación de falta de vida.

Se realiza una radiografía de las personas que son compañeras de la autora. Se crea una empatía tan próxima que uno siente cada muerte de un modo casi tan intenso como la propia protagonista. No se recurre jamás a ese efectismo y a esa lágrima fácil, que tan sencillo le hubiese resultado a cualquiera. Se aprecia la madurez del ser consciente de lo que ha sucedido, aceptarlo y enfrentarse a ello. El ejercicio emocional no permite que existan anhelos, únicamente  lo que fue y quienes fueron. Saborear el instante porque cualquiera puede ser el último. 

La radiografía tan exhausta de lo que fue ese año viene acompañada por la novedosa revelación del tipo de personas que estaban recluidas. No solo muestra las propias injusticias y abusos de las guardias, sino que todo adquiere una nueva dimensión al dejar constancia de la batalla entre las propias presas, algo que es absolutamente novedoso. Por regla general se representa en un alto porcentaje de escritos la supuesta unión de los presos por ese fin común que es el anhelo de la llegada de la libertad. En su relato, Elina deja claro que aquello era también una especie de guerra interna bastante dolorosa en la que todo resultaba problemático y en la que se robaba a las presas más débiles cualquier pertenencia que tuviesen. Está muy presente la teoría de la selección natural de Darwin. No queda otra que el intentar vivir y no importa a costa de quien sea. 

La edad, ese peso que condena también a la sociedad, también tenía su hondo calado en el campo de concentración. Solo eran útiles las personas de trece años hasta cincuenta. Presas de las llamas eran tanto los niños como los ancianos, con una excepción, las presas que tenían gemelos. Estos eran considerados como fetiches que conservaban el derecho de no morir pero no exentos de someterse a supuestos experimentos “científicos”. 

Precediendo  algunos capítulos hay dibujos realizados por la propia Elina que son ilustrativos de lo que fue aquello, sobre todo en lo que a las personas se refiere. No es de extrañar que se contemple cada dibujo con mucho más detenimiento de lo normal, esto se intensificará a lo largo de las páginas.

“Estoy demasiado extenuada, incluso para alegrarme de no morir”. Así de contundentes son cada una de las frases que conforman la novela. No hay resquicios ni para la duda ni para la sensiblería sin  sentido. Cada página es una especie de herida abierta que supura dolor.

Parece que con la llegada de los rusos todo va a volver a su orden y por fin van a volver a sonreír, pero sucede lo contrario. Se ahonda en la descripción de la subsistencia, no existen compañeros ni finalidades comunes, tan solo, sobrevivir un día más y, si tiene que ser a costa de que alguien muera, pues que así sea. Es un odio nacido de la lucha por la vida. 

Es ya a su llegada a Francia cuando la escritora contempla el pañuelo que le ha acompañado a lo largo del año  y cómo éste se llena de agujeros por ese prodigioso día en el que con su mano aun torpe, enrolla el tabaco que un ruso le había dado.

Es una novela que se podría considerar “de cámara” porque al contrario de lo que puede parecer, es una  obra de “primeros planos” y de estancias cerradas. Todo está más próximo a un texto de Strindberg que a la película de Spielberg. Es fascinante poder encontrar una historia terrenal y que resulte tan sencilla de evocar sin tener en absoluto presente todo aquello que han contado y han expuesto sobre Auschwitz. 

Tras el prodigioso relato de Odette Elina se incluye un postfacio- así lo han llamado- que resulta incomprensible debido a que no aporta absolutamente nada a lo que se ha leído. Es como una selección de momentos que no deja de parecer un mero recurso para rellenar más espacio y que al ser la novela tan corta, su precio sea más justificado –no hay que olvidar que en Francia cuesta 2.5€-. No hacía falta, la novela es tan hermosa, tan fascinante, tan inquietante, tan real, que aunque hubiese tenido la mitad de páginas, nadie se hubiese mostrado disconforme. Pese a este último pero –a la editorial-, hay que quitarse el sombrero  ante Periférica que está dando a conocer una gran cantidad de autores ya sea la propia Elina, como Paulo José Miranda, Maximiliano Barrientos o, aquellos escritos hasta ahora no conocidos de Jules Valles. También hay decepciones entre los títulos que publican, pero es tan satisfactorio encontrar textos de una envergadura tan enorme como 'Sin flores ni coronas' que hace que se siga teniendo confianza absoluta en el porvenir de una editorial que demuestra con creces que realmente le gusta la literatura y que no especula con ella. 

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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