'UN DOCTOR EN LA CAMPIÑA'. De profesión, médico



CRÍTICA DE CINE

'Un doctor en la campiña' (Thomas Lilti. Francia, 2016. 102 minutos)

La medicina como pasión, profesión y filón, tres puntos que Thomas Lilti está uniendo para modelar su carrera como cineasta. Al principio soñó con curar, después se puso la bata blanca y ejerció y finalmente lo dejó por la escritura y la cámara. Lo vivido y aprendido es el material que ha usado en sus dos primeros largos en la dirección. Si con ‘Hipócrates’ contó el trabajo que se desarrolla en el interior de un gran hospital, ahora con ‘Un doctor en la campiña’ se traslada al ámbito rural. Ambas películas han encajado con naturalidad en ese cine francés que apuesta por lo social y por una realidad alejada del costumbrismo y matizada por agudos toques críticos. Es mérito de Lilti haberse apuntado a esa corriente sin estridencias y demostrando buen pulso, tanto tras la cámara como con la escritura. No solo de series más preocupadas por los ratios de audiencia se nutre la profesión de doctor. 

Hay una línea que corre en paralelo a lo mostrado en ‘Hipócrates’ y ‘Un doctor en la campiña’. Por ella pasan el sentido de la profesionalidad, el trato humano con el paciente, los avances arrolladores de la ciencia (a veces pasando por encima de las personas) y un cambio de época que afecta a la práctica de este trabajo. Todo aparece en ambos trabajos, aunque  en esta última se aprecia un toque más cercano y cálido. La historia en apariencia lo tiene todo para no enganchar, atada a estereotipos de este tipo de cine, como el enfrentamiento entre el veterano médico y la pujante primeriza que viene a arrebatarle el puesto. Sin embargo, Lilti hace girar con suavidad el trazo lineal por el que aparentaba que iba a discurrir el filme. Prefiere el detalle, el gesto, las miradas, el poso suave y la naturalidad con la que el conjunto va encajando. Es el suyo un cine de profesión, que recuerda la importancia de los médicos, en este caso aquellos que dedican mucho más que su tiempo laboral a los que viven alejados de las urbes, la provincia, tantas veces olvidados. Aprovecha el director también para lanzar una reflexión muy pertinente sobre el derecho a una muerte digna, posicionándose sin elevar la voz. 

El buen hacer de los dos protagonistas aporta credibilidad, especialmente en el caso de François Cluzet, contenido como pocas veces se le ha visto y en todo momento creíble, aportando dignidad a un personaje del que poco se sabe más allá de lo que vemos, que es mucho. Es cierto que la película no busca impactar y suaviza excesivamente todo lo desagradable, conviene decirlo, sobre todo en la subtrama de la enfermedad del doctor, a lo que hay que añadir ese final un tanto torpe al dejar el asunto tan luminoso. Pero, bondades aparte, el diagnóstico que se  puede hacer a la trayectoria de Lilti hasta el momento es inmejorable, con su cine sosegado y de radiografía de una profesión de la que hay que esperar que todavía tengo mucho más que decir. 

RAFAEL GONZÁLEZ

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