'TRATOS'. Sin peso ni poso


Foto: MarcosGpunto

CRÍTICA DE TEATRO

'Tratos'
Dramaturgia y dirección: Ernesto Caballero
A partir de 'Trato de Argel' de Miguel de Cervantes
Centro Cultural Conde Duque (Madrid)

Arranca tibia la temporada del Centro Dramático Nacional. Ernesto Caballero pone en marcha el curso autoprogramándose una obra de la que firma dramaturgia y dirección. Infla ‘Tratos’ un poco más otro de los globos conmemorativos lanzados con motivo de un nuevo centenario cervantino. El montaje busca insuflar actualidad a un periodo oscuro de la biografía del autor quijotesco, su cautiverio berberisco en Argel. Cinco años privado de libertad que Caballero equipara al limbo grisáceo en zona de nadie que ahora constituyen los CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros). Cervantes anhelaba volver a su patria, lo demuestran sus cuatro intentos de fuga. Justo lo contrario que desean los protagonistas de ‘Tratos’, que les entreguen a su país de procedencia, un paralelismo en sentido contrario. 

Entre extractos cervantinos, la obra arranca y expone sus cartas sin miramientos. Hay aquí un ejemplar de teatro de tesis irrebatible y que rápidamente se hace explícita. Todo fluye, aunque sea unidireccional. Apenas se definen los claroscuros y pronto se percibe que no hay espacio a la reflexión. Es inevitable en ese sentido un posicionamiento a favor del personaje interpretado por Aurelio, profesor camerunés especializado en Cervantes, y su padecimiento. Encarna a un inmigrante que podría denominarse integrado, al otro lado de lo que deja caer su ‘partenaire’, Saavedra, del que poco se sabrá y limitado a recurso cómico destinado a aliviar tensiones. Aurelio domina el idioma y trabaja en un campo, la investigación y docencia, en el que es respetado. Un arsenal de razones para que surja la empatía como un chispazo, añadiendo además una tierna historia de amor con su chica, antigua estudiante suya. El CIE les separará, creando paralelamente al nudo principal de denuncia social una subtrama un tanto ingenua que homenajea al Romeo y Julieta shakespiriano. 

Si bien mantiene ritmo y tono durante esa primera hora, con un Elton Prince defendiendo con vehemencia y credibilidad su papel como profesor sufriente enamorado, el conjunto se viene abajo en su segundo tramo. Se diluye y se queda reducido a una especie de retrato simbólico de la maldad del viejo continente y de los caprichos del azar. El culmen es ese desenlace despojado de recursos escénicos y narrado en voz de los actores. En unos minutos exclusivamente verbalizados se echa el cerrojo. Sorprende ese desdén desde la dirección, que no se le haya sacado jugo escénico más allá de la aparición de uno de los actores vestido de Miguel de Cervantes. Es un hecho que rompe el clímax, aunque otras decisiones anteriores, como la necesidad de incluir pasajes alegóricos del libro cervantino de difícil encaje en medio de una trama realista, ya avisaban de lo que podría suceder. 

Hay en ‘Tratos’ una buena idea de partida, con esa aproximación a los CIE, de los que tan poco se sabe. La escenografía fría y bien rentabilizada de Javier Ruiz de Alegría sube la nota media. Hay también una clara intención de denuncia que no puede pasar por alto ningún espectador, conmovido, cómo no estarlo, ante la cadena de infortunios padecidos por la pareja protagonista. Al mismo tiempo todo se plantea en un exceso de obviedad, hay personajes que no funcionan, como la médico, faltan grises y, sobre todo, queda el desencanto de ese epílogo con tan poco brío. ‘Tratos’ se configura así como una obra que se ve con relativo interés de inicio pero de la que finalmente se sale como se entra, sin ese poso que el grosor temático (hay líneas de diálogo que apuntan a los recortes por la crisis y a la violación de los derechos humanos en los CIE) debería imponer. 

RAFAEL GONZÁLEZ

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