'BASKETBALL OR NOTHING'. Orgullo navajo




CRÍTICA DE SERIE

'Basketball or Nothing' (Estados Unidos, 2019. Disponible en Netflix)

Mo Draper es el fan con mayúsculas. Hombre de poblada barba, peso infinito que le dificulta la movilidad y pocas pero certeras reflexiones, lleva siguiendo al equipo de baloncesto de los Wildcats de Chinle desde los años 70. Medio siglo como aficionado de un grupo de jóvenes entre los 14 y 18 años a los que acompaña por carreteras perdidas del medio oeste americano recurriendo incluso al autostop. “Aquí nunca pasa nada”. El no lugar al que se refiere Draper (“solo hay alcohol y mala vida”) es Chinle, la reserva, uno de los principales enclaves poblacionales de la nación navaja. Allí el peso de una comunidad lo soportan unos chavales escasamente dotados para el baloncesto en lo técnico y en lo físico. Los Wildcats son el orgullo de Chinle. “Lo que nos falta en altura lo tenemos en corazón”, se escucha de inicio, una frase que traslada de inmediato a aquella icónica secuencia de ‘Hoosiers’ (1986) en la que Gene Hackman mide con una cinta la distancia que separa al aro del parquet del inmenso pabellón al que llega su equipo. Les calma al transmitirles así que, aunque no lo parezca, es idéntica a la del garaje en el que juegan habitualmente.

Aunque la palabra ‘baloncesto’ encabece el título del documental y el tráiler luzca con lo que sucede en la cancha –el montaje de las escenas de partido es francamente mejorable-, los tres directores se sirven del deporte para hablar desde el optimismo y la esperanza de la precaria situación de la nación navaja, confinada en reservas en tres estados diferentes y solo aliviada por el espíritu de resistencia de sus habitantes. Es esa otra América de la que apenas hay noticia, ahora golpeadísima por la Covid-19 y sin apenas acceso a agua potable y electricidad, la de aquellos nativos desplazados de sus tierras y luego recluidos en reservas. La juventud se ve abocada casi irremediablemente a la delincuencia y al trapicheo. Pocos son los que salen del muro invisible que separa la reserva del resto del país y pueden acceder a una educación superior que ofrezca mayores posibilidades de futuro. El documental mezcla fragmentos de la historia navaja con el día a día de un equipo de baloncesto en su búsqueda de lograr el título estatal. Chinle y la plantilla se retroalimentan mutuamente, la ciudadanía se vuelca con los chavales y los jugadores muestran una madurez inusitada pese a su juventud. Son conscientes de donde vienen y de lo gris que es lo que habrá por delante, y pese a todo reivindican el orgullo de ser navajo.

Los seis capítulos de treinta minutos recuerdan la temporada 2017/2018 y se meten en la vida de los principales jugadores de la plantilla y del entrenador, que ejerce una especie de tutoría espiritual. El veterano coach Raúl Mendoza es la vida, el maestro que vuelve a la reserva para saldar viejas deudas. En él empieza y acaba todo y la luz del personaje alumbra al resto y adquiere un protagonismo no buscado. Josiah Tsotsi es el base del equipo. Tiene dificultades en la cancha, en el instituto y en el entorno familiar. La cámara es discreta cuando se introduce en un hogar roto y hundido en una pobreza casi extrema. El futuro pertenece al jugador de segundo año Cooper Burbank, con diferencia el más dotado. Practica su tiro en una cochambrosa canasta de altura no reglamentaria bajo el abrasador sol de Arizona. Otros que gozan de minutaje son Chance Harvey con trauma familiar a sus espaldas, o Angelo Lewis, el pívot, un chaval discreto y con bajo rendimiento escolar que sabe que, pase lo que pase, su vida estará dentro de la reserva.

Los navajos no son altos por genética y por eso la estrategia que siempre han seguido en la cancha ha sido correr y tirar, al estilo de aquellos Denver Nuggets de Paul Westhead de principios de los 90, el Run and Gun, auténticos correcalles que producen los primeros choques con el coach Mendoza. El técnico da una lección en la gestión de vestuario y de conflictos al priorizar formación sobre resultados, pese a la presión comunitaria. La reserva deposita la esperanza de futuro en ellos y los nervios se trasladan a la pista. Todo se mezcla para estos jóvenes situados en la encrucijada decisiva de sus vidas. Desde la dirección se mide bien esa distancia y no se termina de entrar en la intimidad de sus protagonistas, como tampoco se privilegia lo ocurrido dentro de la cancha, el camino a tan deseado trofeo. La épica de los partidos tan al uso en su traslado a pantalla queda en un segundo plano tras los discursos de coach Mendoza o las pequeñas píldoras que se deja ver de la rutina de esos adolescentes.

Acostumbrados a la espectacularidad de una narrativa ganadora en las historias de superación, y la de los Wildcats de Chinle tenía los elementos necesarios para incurrir en ella, ‘Basketball or nothing’ relega la trascendencia de la victoria o de la canasta ganadora en el último segundo. Demuestra así que la tan dañina cultura del esfuerzo como paso previo a los resultados esperados es simple burbuja al servicio de un sistema productivo envenenado. Que haya triunfo final o no en ese campeonato tan deseado por los Wildcats deja de importar con el paso de los episodios. La huella que queda es una aproximación honorable a una cultura tan desconocida como la navaja hecha de una forma sutil, alejada del altavoz de una denuncia implacable de su situación (sea justificada) y de la romantización del espíritu de supervivencia de sus habitantes entre tantas dificultades.

Como cualquiera que haya compartido vestuario en esos años tan relevantes en la formación de una personalidad, lo vivido por estos jóvenes y lo visto por el espectador no se olvidará tan fácilmente. Netflix adelanta que habrá una segunda temporada y no estaría nada mal que pudiera acercarse al equipo femenino del instituto, del que se intuye que hay tantas o más historias por contar, aunque eso significara despedirse de las enseñanzas de un personaje para el recuerdo como el coach Mendoza. 

RAFAEL GONZÁLEZ TEJEL

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