'CANÍBAL'. Hambriento de amor y confección



CRÍTICA DE CINE

'Caníbal' (Manuel Martín Cuenca. España, 2013. 116 minutos)

La filmografía de Manuel Martín Cuenca comenzó acertadamente con la adaptación de la novela de  Lorenzo Silva, ‘La flaqueza del bolchevique’, pero a partir de allí sus películas fueron perdiendo fuelle hasta llegar a ‘Caníbal’. Someter todo un proyecto a una perfección formal técnica por encima de cualquier otro elemento es por lo menos arriesgado. Si ya con la previsible ‘La mitad de Oscar’ dejaba intuir una debilidad de guion muy fuerte, en el caso de ‘Caníbal’ el asunto no ha mejorado en absoluto. La anécdota está muy por encima de la historia. Con un principio sumamente sugerente, bien filmado, inquietante, arriesgado, mordaz y contundente, todo parece que va a resultar asfixiante y alentador para el espectador. Pero no es así, la sensación se va diluyendo a pasos agigantados. La sobriedad interpretativa de Antonio de la Torre cae en saco roto. Su personaje, bien construido en su enfermedad y en su profesionalidad y rigurosidad, no parece llegar a ninguna parte. Las elipsis de acción son demasiado poco significativas para aportar algo más que tedio.

La historia tiene muchos puntos oscuros, circunstancias cogidas con alfileres que hacen que la atención vaya disminuyendo. Contraponer cierto canibalismo y crueldad con cierta devoción religiosa, es un truco que no supone nada para que el filme avance hacia algún lugar. La dirección de Martín Cuenca es correcta, pero no está claro el lugar al que se quiere dirigirse con lo que cuenta u omite. La trama no inquieta porque está anclada en silencios y en coincidencias un tanto burdas e inexplicables. Las mentiras, los engaños, los miedos, las culpas, las ausencias y los trajes no tienen mayor calado en una historia inmóvil desde la segunda secuencia. La trama con las hermanas protagonistas –pese al  buen trabajo de Olimpia Melinte-  es demasiado pobre para conseguir llegar a algo que no sea un determinado tipo de cursilería camuflada. Los vacíos argumentales que dan cobijo al sastre y a su implicación en la vida de estas hermanas no sirven para justificar ninguno de sus actos, por muy enfermo que esté. Tampoco ayudan sus conversaciones con su ayudante/segunda madre –una notable María Alfonsa Rosso- ni los recovecos de su oficio y sus rutinas. No son más que un recurso para ensalzar el contraste que supone el filmar al mejor sastre de Granada con sus aficiones criminalísticas y alimenticias.

El verdadero disfrute de la película es la extraordinaria iluminación de Pau Esteve Birba. Los estados emotivos repletos de claroscuros y añoranzas están perfectamente filmados. Cada plano cuenta una historia y con ello avanza esa aventura enfermiza refugiada en ese viaje por una luz que consigue que la película tenga un interés mayor. Esa calidad visual contrasta con un guion demasiado endeble para soportar el peso de una película. El montaje de Ángel Hernández Zoido también es sobresaliente, pero no logra camuflar una duración tan larga como innecesaria.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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