'BLUE JASMINE'. Estereotipos poco afilados


CRÍTICA DE CINE

'Blue Jasmine' (Woody Allen. Estados Unidos, 2013. 98 minutos)

Siempre causa cierta excitación acercarse a cada nueva película de Woody Allen. ¿Por dónde habrá salido? ¿Comedia, drama, ambas? ¿Cuáles serán sus maravillosos lugares comunes? ¿Qué música empleará? Haga lo que haga, continua siendo tan fiel a sí mismo que es deslumbrante acudir con tanta expectación a su estreno anual. ‘Blue Jasmine’ es una película peligrosa. Tiene los elementos perfectos para combinarlos y transformarse en una magnífica película –imagino que la soñada por Allen mientras perfilaba el guion- pero no llega a serlo. Es posible que todo se quede en la superficie y muchos de los personajes se queden dibujados en esos estereotipos repletos de vacíos que no dan el paso para ser algo más que rehenes de esas manías y costumbres expuestas en las primeras secuencias.

La profundidad dramática que ofrece la situación sufrida por Jasmine abre un abanico de posibilidades sin límites. Acierto contundente combinar aspectos cómicos en esa tragedia de cierto deterioro vital. El capricho y jugar a lo que nunca se ha sido pero que se ha creído ser está perfectamente enunciado. Lo negativo es que no llega a cambiar de marcha y subir una intensidad que la historia aceptaba sin resentirse. El personaje al que da vida Cate Blanchett, Jasmine, al igual que su interpretación, está demasiado subido de revoluciones. El mostrar ese desequilibrio enfermizo –otra 'border line', ¿por qué hay tantas últimamente?- hace que el personaje no esconda cartas en su deterioro. Retrata a un ser tan vacío como carente de cierto interés. Puede que se justifique con su origen y la búsqueda de una identidad que haga las mil maravillas en la sociedad, pero son argumentos un tanto pobres. En esta ocasión, se hubiese agradecido más contención en la interpretación. Todo pesa demasiado en cada acto y eso carga cuando no ha de hacerlo, aunque, evidentemente, tiene momentos extraordinarios en su desmesura.

La aventura de una persona de alta sociedad que busca refugio en la clase media baja de San Francisco le sirve a Allen para jugar a los extremos y de nuevo contrastar esa vida burguesa con lo que es ahora su situación, o mejor dicho, el estatus al que aún ni siquiera ha llegado tras su nueva posición de antigua rica arruinada. La hermana, una notable Sally Hawkins, es lo opuesto a Jasmine. Sabe quién es y dónde está –aunque la irrupción de Jasmine le confunda- y lo mejor, dónde podrá estar. Ese mundo terrenal en el que vive acompañada de hombres sin glamour tampoco se refleja de un modo que vaya más allá de la superficie. Se echa en falta algo de más calado en cada personaje, parece que se ha olvidado de reflejar sus personalidades. No vale solo con los hábitos de verles tomando martinis o comiendo pizzas y bebiendo cervezas baratas de supermercado.

La historia, al estar narrada mediante 'flashbacks', ofrece muchas posibilidades para comparar cómo era la vida de Jasmine y lo que es ahora. Esta combinación de situaciones no siempre es acertada porque redunda en aspectos que ya ha relatado en diversas partes de la acción. Alec Baldwin ofrece otra radiografía bien construida de un personaje que navega entre la ostentación, el engaño y el daño. Sus acciones son devastadoras para aquel que esté a su lado. Por su parte, el ex marido de la hermana, interpretado por Andrew Dice Clay, es un ejemplo de lo que puede ser una vida destruida tras un aparente golpe de suerte. La interpretación de Dice Clay es notable, su personaje no se queda solo en el cliché. Atención a su última aparición, es demoledora.

El dolor, el capricho, lo que no somos, lo que no queremos, el alcohol como refugio, la enfermedad, las separaciones, las amantes o la deshonestidad tienen su cabida en este conglomerado de situaciones con puntos suspensivos. De nuevo la banda sonora es espectacular y el empleo de ese jazz magnético que flota por las calles de un San Francisco tan inhóspito en ocasiones como muy sugerente en otras, ayuda a que el ritmo aguante bien. Lo mismo el montaje de Alisa Lepselter, cada vez mejor artesana y ofreciendo una notable continuación al propio guion. La fotografía de Aguirresarobe –de corte muy parecido a la de ‘Vicky, Cristina, Barcelona’– encaja con contundencia en esa combinación de colores y emociones que se respira en cada “epopeya” que tiene lugar en las diferentes estratosferas sociales que se filman.

‘Blue Jasmine’ necesita un tiempo. No hay duda que un segundo visionado puede hacerla más grande, pero tras un primero… difícil de catalogar, aunque eso sí, Woody siempre ofrece muchas cosas.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ  

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