CRÍTICA DE TEATRO
'El bar que se tragó a todos los españoles'
Autor: Alfredo Sanzol
Dirección: Alfredo Sanzol
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Lo más destacable del montaje del director de Centro Dramático Nacional es que son tres horas que no se hacen pesadas. Es cierto que sobran bastantes escenas, pero no entorpecen ni agrietan la idea original porque las mismas son anécdotas o chistes. Alfredo Sanzol ha puesto sobre las tablas una obra que no deja de ser una sucesión de escenas breves, siendo ese es uno de los rasgos propios del autor, la concatenación de piezas breves cómicas que parecen componer una pieza larga. Aunque ‘El bar que se tragó a todos los españoles’ parezca tener una unidad en la figura de un protagonista que es Jorge Arizmendi -trasunto del padre de Sanzol- y su travesía por dejar de ser cura y ser dueño de su propio futuro, enamoramientos, trabajos y lucha por no tener esa atadura que lleva consigo desde los doce años. Entre los personajes existe el de la autora, que aparece en ocasiones y entre otros asuntos se plantea el hacer una obra sobre su padre que no sea una sucesión de piezas breves cómicas unidas. Curiosa la reflexión.
Hay dos partes bien diferenciadas. La primera es una road teatral en la que Arizmendi recorre esa América profunda en busca de un oficio y que ya como vendedor pelea por ser él mismo. Recorre lugares y anhelos en toda esa inocencia que desborda. Esa primera parte va desde algunos instantes de su infancia, momentos en el Blue Moon o una fiesta en la que conoce a Martin Luther King. La comedia es la que prima en esta obra de aventuras, desventuras y anhelos. Hay nueve intérpretes que dan vida a un número altísimo de personajes. Solo Francesco Carril no cambia de rol. Esto es uno de los principales problemas que tiene la función y es que se abren demasiados frentes para resolverse solo algunos. Llama la atención que Sanzol no saque mucho más partido a una actriz como Nuria Mencía. Los momentos en los que ella está en escena la obra cobra más fuerza. Si hay que destacar una escena sobre el resto es la que sucede entre Arizmendi y esa mujer con la que comparte whisky, amor, almohada y confidencias.
Hay diferentes tonalidades en el montaje, ganando las situaciones de la primera parte por goleada a las de la segunda. Tras el descanso la función ocupa menos espacio temporal y todo se adentra más en el melodrama convencional con chispazos de risa fácil y escenas alocadas que persiguen la anécdota y el chiste sencillo. Entre los intérpretes que destacan en sus cambios de roles prima el trabajo de David Lorente. No importa que su personaje vaya al exceso, es capaz de modularlo y resultar convincente. Su trabajo es notable y aporta vida a las palabras de Sanzol. Jesús Noguero -impresionante el look a lo Vargas Llosa- está correcto, pero todos los roles que interpreta están cortados por el mismo patrón. El resto del reparto funciona bien y se va adaptando al puzle vital de ese cura en busca de dejar de serlo y de amar a esa mujer que conoció en San Francisco. Francesco Carril es el protagonista absoluto de la función. Recurre a los tics que suelen ser una constante en todos los papeles que representa, ya sea en una película de Jonás Trueba o en una obra de Pablo Remón. En la primera parte su interpretación es más verosímil y eficaz, pero termina agotando esa sucesión de bondades gestuales redundantes.
En cuanto a la escenografía la misma llega a marear un poco entre tanto cambio. Sanzol pasa de unas escenografías escasas a tener una en la que casi existen más cambios que en toda su producción junta. La música y los bailes aportan frescura y dinamismo en ciertas transiciones. ‘El bar que se tragó a todos los españoles’ es una obra cómoda, una mezcla de melodrama y vitalidad que es simpática pero que deja demasiadas cosas sin resolver al apostar más por la anécdota que por la continuidad.
IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ
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