'EL INSPECTOR'. Gógol, ese futurista


CRÍTICA DE TEATRO

'El inspector'
Autor: Nikólai Gógol
Versión y dirección: Miguel del Arco
Teatro Valle-Inclán de Madrid. 23 de mayo de 2012

La risa, ese instrumento plagado de fuerza y tan indómito en su manejo, ha llegado al Teatro Valle-Inclán envuelta bajo el título de ‘El inspector’. Miguel del Arco es capaz de realizar una adaptación con plena vigencia y conseguir que este presente plagado de diversas corruptelas y decisiones sin sentido sean el motor de un montaje que sin ser nada espectacular, ofrece al público una buena ración de reconocimiento social –no falta las referencias a los trajes fraudulentos y la marginación de la educación y la cultura- que garantiza el compromiso con el divertimento.

Del Arco emplea las herramientas humorísticas con oficio y tino. Es capaz de tener un plantel actoral muy comprometido que se adapta a los múltiples roles que se les exige para que la función continúe su curso de un modo resolutivo. No importa ese recurso de la sobreinterpretación, porque consigue lo que pretende, que el ánimo no decaiga. El empleo de los músicos siempre en escena y participando en los acontecimientos –muy parecido al modo en que los emplea Peter Brook- oxigena las acciones y las transiciones se vuelven ingeniosas. Macarena Sanz en el papel de hija del alcalde muestra una soltura desbordante. En la nueva generación de actrices dotadas de talento y futuro, es evidente que esta intérprete puede ocupar el lugar más importante. Cada una de sus acciones está marcada por unas intenciones claras que jamás resultan impostadas. No es fácil destacar entre un plantel tan notorio, pero sin duda alguna ella lo consigue.

La opción del director para mostrar los aparte de cada personaje resulta muy útil e ingeniosa: siempre suena una campana a modo de combate de boxeo antes de que cada personaje diserte y confiera al público sus pensamientos reales. Son los únicos momentos en los que no mienten ni tienen el soborno ni el engaño como único objetivo. La inclusión de números musicales, con sus coreografías y sus letras, dotan de mayor comicidad a un montaje que, aunque no resulta pesado, sí tiene una duración algo elevada y que consigue que se pierda algo de frescura hacia su parte final, pero aún así los aplausos fueron numerosos y a nadie pareció importarle. Miguel del Arco ya se ha instalado en el mundo –peligroso pero repleto de oportunidades- de los grandes teatros nacionales ¿Ahora qué? Él y sus circunstancias.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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