'THE SUIT' ('EL TRAJE'). Brook es el mejor


CRÍTICA DE TEATRO

'The suit' ('El traje')
Autores: Can Themba, Mothobi Mutolatse y Barney Simon
Compañía: Theatre des Bouffes du Nord 
Adaptación libre, dirección y música: Peter Brook, Marie-Hélène Estienne y Franck Krawczyk
Escenario: Teatros del Canal (Madrid). 13 de mayo de 2012

‘The suit’ es el talento envuelto en montaje teatral. Tener el arrojo de adaptar el texto del desdichado Can Themba -fallecido en el exilio por la tristeza y el alcohol- es dar un golpe sobre la mesa y poner de manifiesto que en realidad el tiempo sentimental no varía, quizá sí los condicionamientos externos, pero el interior… vaya con el interior. Brook y sus colaboradores son más que conscientes de que el teatro es algo vivo y de ahí que no tengan inconveniente en reinventar su propio montaje añadiendo una música en directo que fluye y congela cada acción para transformarla en instantes que ya no tendrán marcha atrás. El colorido de Sophiatown –reflejado en las sillas- contrasta con el telón del ‘apartheid’. Los personajes frente a su inminente  desplazamiento son conscientes de que la vida ha de seguir, ellos sólo quieren vivirla…

La obra de Themba envuelve toda la situación social en una ‘parejada’: el marido se entera de la infidelidad de su mujer y al pillar a la pareja en la cama el amante huye dejándose el traje… a partir de aquí la destreza y el imaginario corren a raudales. Las transiciones musicales –impresionante la voz y el sentir de Nonhlanhla Kheswa- sirven para conocer el modo de sentir de unos personajes que son conscientes de la deriva a la que se encaminan. Para algunos ni siquiera el amor es un consuelo, ¿existen el perdón y el olvido? ¿Se puede convivir con ellos? Nadie juega al despiste, no importa el daño que se haya podido causar. Se trata de devolver esa humillación, de dañar aunque el dolor no apacigüe el desconsuelo. Dos que eran uno de golpe y porrazo se convierten en tres… Brook y sus colaboradores consiguen que ese escenario repleto de sillas de colores, perchas y una alfombra reflejen una ciudad con sus autobuses, sus lugares de reunión, sus intimidades… para dar forma a esos sueños y esas pesadillas que tienen un traje como telón de fondo, un objeto que se transforma en un invitado que les recuerda lo que ha ocurrido. Ni siquiera su aparente destino tiene más significado que esa prenda a la que hay que alimentar, sacar a pasear… y sí, es un personaje que ha sido dirigido y al que se le ha dotado de matices propios de un ser humano –recordemos que es sólo un traje-.

El público se siente parte integrante de ese misterioso triángulo, disfruta en momentos, sufre en otros y los propios personajes consiguen que algunos miembros del respetable salgan y jueguen a lo que propone Brook: bebiendo en vasos que son aire, atravesando puertas que son percheros… y consigan disfrutar de la privacidad que simula ser el instante de la fiesta. El público queda atrapado en esa aparente sencillez  que a su vez es tan complicada como imposible de imitar. No hay trucos ni hay trampas, sólo teatro e imaginación.

El capítulo de la interpretación –en la que han de incluirse a los músicos y al ayudante de dirección- es un fenómeno tan memorable que tiene difícil explicación. Algunos se multiplican en diferentes personajes y todos ellos están dotados de entereza y rigor. Cada frase va unida a una acción que desnuda su intención para que su mensaje llegue sin alteración alguna. No hay nada impostado, todo se construye a través de una serie de composiciones dramáticas en constante búsqueda de lo que es una investigación fructífera y emotiva sin recurrir jamás al sentimentalismo –de nuevo se incluye a los músicos, que desarrollan sus papeles con tanta precisión como efectividad-. 
Peter Brook –se incluye también a Mari Hélène Estienne y Krawczyck-  crea imágenes continuas y acciona el interruptor de la sinceridad para ofrecer el lugar donde se encuentra la raíz de la cultura que es la vida.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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