'EL AMIGO DE MI HERMANA'. Veinte minutos no bastan


CRÍTICA DE CINE

'El amigo de mi hermana' (Lynn Shelton. Estados Unidos, 2012)

Es evidente que la idea que da origen a 'El amigo de mi hermana' es muy atrayente y posee fuerza, y más, en momentos en los que resulta muy complicado encontrar a alguna persona que tenga claro qué hacer con su vida. La secuencia inicial desborda talento, ingenio, tensión, aspereza, complicidad y miedo. Tantos elementos en tan poco tiempo y sin que éstos se intuyan enrevesados son demasiadas virtudes que raramente se aprecian, especialmente si se trata de una escena de aniversario –reunión de amigos que beben-  por la muerte del hermano del protagonista. Su mejor amigo habla de la gran persona que era y todos ven fotos y brindan porque le echan de menos. Cuando le toca el turno al hermano del fallecido da una vuelta de tuerca a la situación y nada de lo que ellos creen es lo que en realidad era el homenajeado. A partir de ese momento él toca fondo, o casi, y decide aceptar el consejo de su mejor amiga e irse una semana solo a la casa del padre de ella para intentar encontrarse. Allí, no está solo, la hermana lesbiana de su mejor amiga se refugia en la cabaña tras un fracaso sentimental y se encuentran con tequila de por medio…  El diálogo que se produce  en esa secuencia es vertiginoso y repleto de ingenio y sinceridad. Las idas y venidas que provoca son brillantes, sortean los tópicos saliendo airosos y la cámara los acompaña con un juego de contraplanos eficaz y honesto.

Hasta aquí, todo encaja, pero tras la llegada de la eyaculación precoz el nivel comienza a descender. La visita de la mejor amiga, las conversaciones del pasado, los sentimientos ocultos, los secretos, las vergüenzas, los chantajes, los condones agujereados, los abrazos, los enfados… ya forman parte del tópico y del vacío. Toda la frescura que había anunciado se transforma en calor que sofoca aunque sin llegar a extremos. Los personajes no dejan de ser niños egoístas que juegan a creer que se entregan por cocinar buenos platos o a pensar que lo que sienten les convierte en especiales.

El guión carece de consistencia pero es un experimento curioso dado que los diálogos se fueron trabajando a lo largo del rodaje. Eso puede aplaudirse porque al menos intenta luchar por encontrar un nuevo camino, pero la inconsistencia se instala y los giros difuminan los buenos planteamientos. El trío protagonista es correcto –es de aplaudir que Emily Blunt haga películas de este tipo y no sólo grandes producciones- , sus interpretaciones son de calidad. La fotografía y los planos ingeniados por Lynn Shelton funcionan; sobre todo si se tiene en cuenta el enclave en el que sitúa la historia; pero ya está. Los primeros veinte minutos sirven para propiciar grandes esperanzas que se diluyen hasta el acertado interrogante final.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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