
CRÍTICA LITERARIA
'Hookor'
Autora: Sol Montoya
Editorial: Huerga y Fierro
Páginas: 120
PASADIZOS INTERIORES
Entre los muchos libros que salen a la luz cada año, la Feria del libro nos ha deparado la aparición de uno realmente singular: 'Hookor', de Sol Montoya. Es, por mucho que pueda sorprender, el libro maduro de una escritora primeriza; dicho así, puede parecer una afirmación excesiva; pero es un hecho constatable ya desde las primeras páginas y aplicable tanto al contenido como a los aspectos técnicos. En efecto, este libro es la crónica de un largo y por momentos doloroso viaje por las regiones del alma a lomos de un ave mitológica, majestuosa y protectora, aspecto este que puede inducir a pensar al lector de entrada que se trata –nada más lejos de la verdad- de una fábula o una historia para niños (sería, en todo caso, un libro para niños-adultos). Visto desde otra perspectiva, la obra contiene la narración de un proceso de desprendimiento de realidades que lastran la existencia de la protagonista y no la dejan elevarse; es la historia, en suma, de un cambio de piel, del despertar a otra vida.
En líneas generales, se trata de un libro marcado, desde sus mismos comienzos, por la presencia de sueños y visiones, lo que convierte a Hookor en el vehículo de un proceso de autorrevelación progresiva con ocho encuentros, que representan para la protagonista la redención personal a través del conocimiento. El recurso del camino a lo largo del cual el protagonista es sometido a una serie de dificultades que ponen a prueba su temple está presente ya en la novela antigua y sus máximos representantes en esa época son sin duda 'El asno de oro', de Apuleyo y 'Las confesiones agustinianas'.
Mimetizando viejos usos -que recuerdan la clásica invocación de los bardos a los dioses o a las musas- el texto arranca con una referencia al poder de la palabra y a la necesidad de contar con su ayuda para alcanzar la expresión justa. Se trata, en suma, de superar la impotencia que provocan en la narradora las insuficiencias del lenguaje porque le impiden expresar todo lo que lleva dentro. Como se dice al comienzo, “Qué impotencia del poeta, las letras se juntan a su antojo, según sopla el viento”. Finalizado el recorrido textual, aparece de nuevo la alusión a las dificultades para expresar lo inefable:”En el auténtico corazón de la tristeza hallé el Amor… algún día me iré a cantar… Algún día, algún día, cuando sepa hablar mejor de Amor, del camino más allá de los conceptos, de la sabiduría que se conoce a sí misma”.
Tres son los términos que permiten, a mi juicio, definir la naturaleza esta obra: fragmentarismo, mestizaje y lirismo. En efecto, vista como novela –así se autodenomina en el prólogo- lo primera impresión del lector es la de enfrentarse a una historia troceada, cuando no a una colección de cuentos y elementos verdaderamente dispares que vagan a la deriva como islotes en medio del océano textual. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: por debajo de la epidermis del texto se aprecia la existencia de un hilo muy fino –una voz, una subjetividad- que conecta sutilmente las diversas partes y mantiene a flote una historia con unos perfiles muy nítidos. Ese es, en mi opinión, uno de los grandes logros de la obra, aunque la fragmentación también pueda verse como un tributo a los dioses posmodernos (de los que Sol Montoya no parece ser precisamente una devota).
La mezcla es, en segundo lugar, un rasgo que afecta a todos los ámbitos, referencias y niveles de un texto, en cuyo interior conviven pacíficamente Oriente y Occidente, verso y prosa, narraciones y poemas, cartas y diarios, microcuentos, efusión lírica y argumentación, textos en forma de SMS, sueños, relatos en formato de correo electrónico, visiones, la confesión, escritura e imagen, mitos y referencias a la cultura clásica, Dante y la Virgen María al lado de Buda, etc.: un verdadero mosaico de géneros, lenguajes y motivos. Esta diversidad no solo acentúa la polifonía y el hibridismo del texto sino que lo enriquece aunque a costa de someter al lector a una constante ducha escocesa por esas continuas interrupciones de lo narrativo para incorporar elementos –poemas y cuentos simbólicos, principalmente- que nada tienen que ver aparentemente con ella. El lector de 'Hookor' es inevitablemente un lector activo, que ha de trabajar a destajo para extraer el rico mineral que el texto porta en su interior.
Con todo, es el lirismo lo que constituye, a mi juicio, la envolvente y el rasgo que marca el tono general de libro; más aun, yo creo que Sol Montoya es, sobre todas las cosas, una gran poetisa en prosa, una prosa narrativa de gran intensidad emotiva. En cualquier caso, me parece muy acertada la autodefinición del texto como novela lírica y no cabe duda de que aquí Sol Montoya se mueve como pez en el agua.
Como podrán comprobar los lectores, dentro de la estructura global de la historia, las cartas –en especial, las dirigidas al padre, a la hija que no llegó a ser y la del marido que renuncia a seguir- adquieren –al lado del duro alegato contra la madre en el marco de esa narración en forma de diario que es 'Concierto nº 2: muerte en el blanco'- una relevancia muy especial y constituyen el espinazo de la obra de cara al sentido último del texto. Representan de alguna manera un descenso a los infiernos y un calculado ajuste de cuentas con el pasado: un conflicto familiar con los ingredientes y personajes de una tragedia clásica: Agamenón, Clitemnestra, Egisto, Electra, Orestes. En cualquier caso, lo que se deduce de ellas es la imperiosa necesidad de tocar fondo para empezar a remontar y esto es lo hace la protagonista antes de finalizar su periplo en el Tibet. Descenso y ascenso como en Dante y tantos otros relatos clásicos –'Odisea' y 'Eneida', entre otros- en los que se narra un viaje a los infiernos.
Sobresaliente es sin duda la habilidad en el manejo de los seres ficticios encargados de narrar la historia. Me parece que la autora ha resuelto muy bien la espinosa cuestión de elegir el narrador y el punto de vista adecuados para cada relato, decisión en la que naufragan no pocas narraciones. Siguiendo muy de cerca a los grandes novelistas del XX –entre ellos, al recientemente fallecido Carlos Fuentes- en 'Hookor' se cuenta desde cualquiera de las tres personas e incluso, lo que es más llamativo, se mezclan dentro de la misma narración. Así ocurre, por ejemplo, en la titulada 'Nonna' –un relato autobiográfico en tercera persona, que alterna con la segunda para designar al destinatario de la narración, la abuela-, 'Rompes el cascarón' –desde la primera-, la primera y la tercera en 'Primeras amistades' (para marcar la transición entre los dos niveles narrativos que conforman el relato), la primera, la segunda y la tercera en 'El monje-Águila' y podríamos continuar con una larga serie. Rasgos destacados de la narración son también el tono coloquial y una gran destreza para el corte narrativo con vistas a facilitar la transición momentánea o definitiva a otra historia o reanudar la ya comenzada y, sobre todo, la inteligencia demostrada en el ensamblaje de un material tan heterogéneo.
En un texto tan decantado por la evocación lírica y la memoria por fuerza han de asumir un gran protagonismo tanto el espacio como el tiempo, pero muy en especial, el primero. Los escritores saben muy bien que el tiempo –específicamente, el pasado- descansa plácidamente sobre el espacio, agazapado como una especie de humo dormido, mientras alguien no lo activa a través de la memoria. Lo que quiero decir es que el espacio siempre remite al tiempo, a los hechos o experiencias vinculados a él y esto es lo que ocurre en un libro muy conectado, por otra parte, a toda una tradición novelesca fundamentada en la recuperación del pasado a través del recuerdo. Los espacios fundamentales de 'Hookor' son espacios interiorizados, filtrados a través del sentimiento y cargados generalmente de simbolismo. Así ocurre con la casa materna -tan marcada por la presencia de un padre castrador y una madre reprimida y represora (víctima también ella del sistema)-, el apartamento “en forma de media luna” al que se muda cuando se separa de su marido -simboliza la ruptura con un tipo de vida-, el monasterio tibetano -destino final del viaje y fase fundamental en el proceso espiritual que se materializa, en términos narrativos, en el viaje a la India y, desde allí al Tíbet-, etc. Es aquí donde se produce el ascenso a otro tipo de vida que, en el fondo, no es más que la recuperación o reencuentro con una vida anterior (superada, como dice textualmente la narradora, “la grotesca tiranía del ego”). No es casual en este sentido que la última sección del libro se titule 'Volar hacia el sol'.
Para ir rematando, quiero referirme muy por encima a los abundantes símbolos -animales y colores-que jalonan el texto de principio a fin y están cargados de simbolismo. Entre los animales aparecen el águila (el agua, encarna el espíritu, la valentía y la visión clara), el león (el fuego, representación del principio masculino), el cisne (muerte y resurrección, encarnación del deseo y síntesis de la masculino y lo femenino), el lobo (animal de poder), el gato (la independencia), el caracol, el perro, las cigüeñas, la mariposa o seres fabulosos como la esfinge (mezcla de ser humano, águila, león y otros): animales todos ellos cargados de simbolismo (en especial, la esfinge, clave fundamental para una adecuado entendimiento el libro). Su presencia resulta muy significativa en una obra situada en la mejor tradición del hermetismo, una tradición en la que, en última instancia, se debaten el bien y el mal y es continuo el contraste entre la luz y las tinieblas, el blanco y el negro (en este caso, los dos monjes), lo masculino y lo femenino, lo real y lo ideal. Como puede verse fácilmente, el simbolismo es algo muy presente en el libro y se ve notablemente reforzado por la importancia que en él adquiere lo onírico (sueños o ensoñaciones).
Hay, en suma, motivos más que suficientes para hincarle el diente a un texto tan rico, tan diverso y lleno de estímulos como este, un libro que nada a contracorriente de lo que se estila en la actualidad y alude a valores de los que todos estamos, de un modo u otro, muy necesitados. Es de esperar, por ello, que esta obra llegue a mucha gente porque es un trabajo bien hecho, inteligente, interesante y muy luminoso, fruto sin duda de una gran valentía y de muchas horas de trabajo y sufrimiento. Con un libro tan exquisito Sol Montoya se ha puesto el listón está muy alto y eso la compromete en el futuro a mucho. Estoy seguro de que no nos defraudará.
ANTONIO GARRIDO DOMÍNGUEZ
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