
'Los ilusos' (Jonás Trueba. España, 2013. 93 minutos)
'Las ilusiones' (Jonás Trueba. Editorial Periférica, 2013. 63 páginas)
El debut en el largometraje de Jonás Trueba no jugaba en división alguna que ofreciese algo más que pequeñas garantías de un futuro creador de imágenes. Caso muy diferente ocurre con ‘Los ilusos’, a la que no sería extraño considerar su primera película real. El proceso tan largo y gratificante en el que se embarcó Trueba con su pequeño – y extremadamente profesional- equipo va teniendo calado a medida que avanza la acción. Rodar en súper 16 mm y en blanco y negro ha sido fundamental en esta eclosión de imágenes furtivas de encuentros y desencuentros, en esa búsqueda incansable de imágenes con personalidad.
El estreno simultáneo de su libro de notas –nunca novela- ‘Las ilusiones’ supone un aliado en ese proceso creativo por el que invirtió Jonás Trueba. De nuevo, no disimula sus influencias, y tanto en la escritura de sus notas como en el desarrollo de la película hay una notable presencia de la cultura francesa. Edouard Levé, no sólo con ‘Suicidio’, sino el resto de su trayectoria, al igual que la de Valérie Mréjen, están muy presente en ese estilo fragmentario de Trueba y que tan buenos resultados cosecha en ambas obras. Centrarse en diversos aspectos sin concretar ninguno en gran medida permite al autor enunciar/diseccionar todo aquello que le interesa sin darle demasiada presencia en ese extraño lugar al que cree que se acerca pero del que desconoce si llegará.
‘Las ilusiones’ y ‘Los ilusos’ van de la mano. Es posible que si se lee antes el libro se pueda empatizar más con lo que busca Trueba en imagen. También es cierto que llegar a la inversa no va a impedir que se disfrute de los detalles. De nuevo es el cine francés el que se lleva la palma en su amplio marco de influencias, pero al ser tan evidente, Trueba lo convierte en su aliado, por eso no lacra el avance de la película.

Son cruciales las reflexiones acerca del vacío que deja la finalización de un rodaje. Ese punto es un hecho significativo dado que los protagonistas están en esa especie de interludio en el medio de un todo. No dejan de buscar, de resignarse, de equivocarse, de decepcionarse… pero siempre con esperanza. Jonás Trueba va dando pistas de ese puzle que va desarrollando en su cabeza. Idas y venidas de ideas que algunas se repiten y que no consigue sacar a la luz y que coinciden con otras que aparecen y se vuelven imprescindibles.
La historia, fundamentalmente la de ‘Los ilusos’ -porque no conviene olvidar que ‘Las ilusiones’ podrían ser esas ideas como germen de la película- arranca en un tono curiosamente dubitativo. Conversaciones, bares y paseos en los que no hay ningún protagonista, pero que a la vez pueden ser todos. Todo parece un juego y Trueba no escatima su intención por mostrar –si se quiere pensar así- su estilo en ocasiones de falso documental. Así, introduce a Javier Rebollo, por ejemplo, dando claqueta o su propia voz al grabar un 'walltrack'. Todo este juego va evolucionando para tomarse más en serio. Aquello que no tenía un protagonista concreto ya va tomando forma y los demás tienen también su posición y su rol en una historia que va avanzando. Lo que parecían apuntes se van transformado en notas consistentes sobre un director de cine que a su vez es profesor en una escuela y que al mismo tiempo busca dar forma a su nueva película. El resto de personajes pasan a ser los acompañantes en su encrucijada. Son esbozos de lo que es su rutina en la fase de búsqueda.
El humor es un aliado fundamental en lo expuesto en la película. El personaje interpretado por Vito Sanz en el rol de actor de serie de televisión ofrece vida al conjunto. La escena que relata su encuentro con Javier Rebollo es memorable. Un acto de solidez creativa es reflejar la actuación de Abel Hernández y no acortarla. Es un instante crucial si se entiende como una forma de coger impulso de la película, o incluso encauzarse en una dirección muy clara y concreta en lo que narra.
El paso del tiempo está muy presente, la condena del mismo, lo efímero –muy bien reflejado en el escaso valor de unas películas en VHS que ahora son pisoteadas por el futuro sin que a nadie le importe el valor que tuvieron en ese tiempo no tan lejano- y lo incierto que es cada paso que se da.
‘Los ilusos’ dialoga con distancia con ‘Todas las canciones hablan de mí’ y el peso de cierto romanticismo anclado en las relaciones ya pasadas y en las venideras convive bien. Es probable que su siguiente proyecto sea mucho más formal en cuanto a estilo y contenido, sería lo normal en un director que investiga sin cesar.
Los espacios generados por Miguel Ángel Rebollo y la luz de Santiago Racaj, en perfecta armonía con un montaje sólido a cargo de Marta Velasco, hacen que ‘Los ilusos’ se constituya como una credencial firme de Jonás Trueba en su búsqueda de ser director de cine.
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