
CRÍTICA LITERARIA
'Diario de invierno'
Autor: Paul Auster
Editorial: Anagrama
Páginas: 248
Año: 2012
EL 'YO' EN SEGUNDA PERSONA
Desde la excelente ‘La noche del oráculo´, Paul Auster no había vuelto a escribir una novela que fuese redonda. Algunas lo conseguían por momentos, pero nunca mantenían esa pulsión necesaria para ser consideradas como algo más que textos de tránsito. Algo similar ocurría con su guion y película ‘La vida interior de Martin Frost’, en la que las buenas intenciones se quedaban ancladas en una notable primera parte.
Con ‘Diario de invierno’ regresa un gran Auster. Lo hace a modo de curiosa autobiografía. Buceando en ese 'yo' en segunda persona es cuando rescata a ese gran narrador que puede ser. El 'yo' desde la distancia cobra un sentido preciso. El tiempo, aunque haya podido moldear algunos recuerdos, es manejado con soltura. El lector se siente guiado por los años del escritor; el desorden elegido al seleccionar los acontecimientos es una especie de orden preciso que guía sin despistar. Casi no se centra en el aspecto de su vida como narrador –hay apuntes, pero nunca excesivos- más bien lo hace en la configuración de su persona, en las circunstancias que le han llevado a ser quién es.
La narración no está exenta de humor y ternura. Auster ofrece su infancia, sus decepciones, amores, los de sus padres, los fracasos, el amor, la paternidad, el adiós, el regreso al sentir, su falta de esperanza y el tiempo como extraña catapulta que selecciona vivencias. Su etapa en Francia deja detalles muy divertidos como la discusión –con los judíos y su empatía de por medio- con una vecina en la que unas palabras exactas sirven para resolver un problema.
Todas las desventuras sentimentales de sus padres no son tratadas con demasiada indiscreción –como nada en el libro-. Ofrece una clara idea de la fragilidad de la vida y de ese tiempo que se agota sin cautela y en el que se va viendo reflejado Auster. La muerte se convierte en una figura relevante en el libro y más, el posicionamiento del escritor ante ella . Resulta muy destacable la valentía con la escribe acerca de su madre, de sus sentimientos, de sus propios vicios que algún susto le han dado –alcohol y puros-, de sus influencias familiares y de los juegos del destino. Llama la atención el momento epifánico por el que mientras su padre fallece haciendo el amor, él recobra la ilusión por la escritura; precisamente en la noche en la que la desesperanza había anclado. Asistir a un ballet –sobre el que siente la necesidad imperiosa de escribir- le lleva a encontrar el origen de quién es y de a lo que se quiere dedicar… precisamente en el momento del fallecimiento de su progenitor: “Justo cuando estabas volviendo a la vida, la vida de tu padre tocaba a su fin”.
Su relación idílica y fructífera con la excelente escritora Siri Hustvedt lo describe como el punto de apoyo más importante. Así lo sabe y así lo refleja con agradecimiento y entrega. Sin dar demasiados detalles radiografía quién es su compañera y el tipo de vida que llevan sin caer en ñoñerías repelentes.
Auster regresa con buen pulso a la narración, realizándolo con arrojo y sin esconderse. La única verdad es que no hay nada como buscar en uno para encontrarse.
IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ
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