'LAS LÁGRIMAS DE SAN LORENZO'. Julio Llamazares




CRÍTICA LITERARIA

'Las lágrimas de San Lorenzo'
Autor: Julio Llamazares
Editorial: Alfaguara
Páginas: 200
Año: 2013


MEMORIA Y DESENCANTO

En su regreso a la novela, Julio Llamazares ha elegido el terreno en el que mejor se desenvuelve: la  memoria evocadora con tintes melancólicos.  El peso de la ‘Lluvia amarilla’ es constante y el autor, bajo una prosa poética -sin llegar a Gabriel Miró-, desarrolla una historia repleta de añoranzas y lugares comunes en el acontecer de la vida de ese profesor que no ha dejado de dar tumbos por diferentes universidades  huyendo de sí mismo bajo la premisa de encontrarse.

Con el pretexto de asistir a la famosa lluvia de estrellas con su hijo de 12 años –fruto de una relación truncada-, el protagonista  comienza a enlazar aquella noche en la que contempló lo mismo con su padre. Esto le otorga al autor las argumentaciones suficientes para que recree lo que fueron instantes de su vida en los que llegó a pensar que se podía ser feliz. Quizá, casi como recurso borgiano, parece encontrarse consigo mismo en la figura de su hijo, que casi formula las mismas preguntas que él dirigió a su padre. Los ecos, las rupturas, los enamoramientos, las pasiones y las desgracias familiares sacuden un relato que no posee un interés lineal, sino que es más bien discontinuo. Hay cierta reiteración de acontecimientos que paralizan el desarrollo de la historia.

Ibiza es otro personaje más en la evocación de un pasado que a todas luces luce mejor. Lo observa con la certeza de saber que su propia vida es un fracaso tormentoso que le ha llevado a ser un hombre con recuerdos y que cada vez se detesta más. Las clases en las diferentes universidades no le han dejado más poso que el de la huida. El problema de la narración es lo intermitente que se presenta. Si bien hace una radiografía clara de quién fue este personaje, todo lo difumina esbozando algunas escenas que podrían tener más empaque –fundamentalmente sus relaciones- para combinarlo con otros momentos redundantes que poco pueden aportar.

Llamazares por momentos parece jugar en el territorio de la novela dentro de la novela, ese anhelo que el protagonista parece mostrar con contar aquella noche que vivió con su padre contemplando las lágrimas de San Lorenzo, pero este intento queda algo desdibujado o es posible que el autor se quite protagonismo y tenga que ser el lector el que lo juzgue. La lástima es que este juego, que podría haber enriquecido la trama, lo deja en un esbozo que no le da mucha cancha para ir más allá del aparente mundo cíclico que plantea.

El peso del tiempo que no regresa, la vejez y el desencanto de no llegar a ser nada de lo que quizá uno pensó, son las armas de un Llamazares que ha regresado a la novela con buenos momentos pero sin que los argumentos lleguen a ser ni tan contundentes ni tan evocadores como podrían haber sido en esta novela lírica.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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