
CRÍTICA LITERARIA
'Colinas que arden, lagos de fuego'
Autor: Javier Reverte
Editorial: Plaza&Janés
Páginas: 399
Año: 2012
ÁFRICA SIEMPRE VUELVE
Javier Reverte recupera el pulso de su mejor escritura cuando percibe cerca África. Le sienta bien este continente, lo que cuenta gana en intensidad, atrapa, contagia. Probablemente no hay otro autor español que haya reflejado con tanta vida, los cinco sentidos al tajo, sus valores, miserias y contradicciones. Una década después de su aclamada trilogía africana, Reverte ha vuelto a África. Entre medias, el madrileño viajó a otros lugares, contrajo la malaria, se las tuvo con osos, descendió el río Yukon, el Amazonas, fue al Ártico, tocó la novela y algo la poesía. Pero el reclamo de África era grande y ‘Colinas que arden, lagos de fuego’ nace de esa incontenible pasión por esas tierras, específicamente por Kenia y Tanzania.
Las últimas incursiones de Reverte en la literatura de viajes habían dejado algo tocado al lector. Su periplo canadiense y por el Artico estaban cuajados de grandes hazañas y fracasos y tocaban cumbres literarias. Interesaban, fuera de duda, aunque les faltaba encanto, el toque personal que solo este escritor sabe dar a sus vueltas por el mundo. Muchos siguen tratando de copiar su estilo o tomarlo como referencia. Parece sencillo, aunque esa facilidad es aparente: el equilibrio entre esa mezcla entre selectos dosieres de historia del lugar recorrido, encuentros y conversaciones con nativos y pensamientos y reflexiones personales más profundas. Reverte tiene un estilo identificable, ganado a pulso y a base de hacer páginas, leer y releer y experiencias.
Diez años después, en definitiva, ha vuelto a África y lo ha hecho con novedades. Ya no viaja solo, como era la norma. En esta obra se rodea de gente afín, amistades. No le hace perder interés y apenas resta para algo, el viajar, que parece que exigía la soledad del individuo. Se agradece incluso poder familiarizarse de forma continua con otras personas además del autor. La segunda diferencia respecto al pasado es que ahora no es un viaje, son dos, apenas hermanados. El primero por tierras keniatas, atravesando la reserva natural del Samburu, en convivencia con la fauna del lugar, empapándose de mitos, leyendas y realidades –atención a los diarios de Meinertzhagen- y recorriendo aldeas por las que el tiempo parece no pasar, en las cercanías del lago Turkana.
La segunda parte de la obra sube el interés y centra al lector al observar que la ruta marcada de inicio tiene un fin al que se ansía llegar, un objetivo, recorrer en barco de un extremo a otro el lago Tanganika. La picaresca que envuelve en el trato a muchos de sus guías, el contacto directo con la naturaleza y el pasar por lugares envueltos por un halo legendario, tantas veces oscuro, van atrapando al lector en la telaraña africana que tanto disfrutó en la anterior trilogía y que se echaba de menos. Como colofón, Reverte le da al libro un cierremagistral, a la altura, al visitar donde quedó enterrado el corazón del doctor Livingstone, un rincón apartado de toda ruta turística y que le sirve para tejer unas líneas que desvelan una vez más los latidos sentimentales tanto del autor como del continente que tanto ama.
RAFAEL GONZÁLEZ
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