'EL HOBBIT: LA DESOLACIÓN DE SMAUG'. Los hobbits triunfan y los enanos se enamoran



CRÍTICA DE CINE

'El Hobbit: la desolación de Smaug' (Peter Jackson. Estados Unidos, 2013. 160 minutos)

Esta segunda entrega de una trilogía de la que ya se puede decir que hay más de invención que de Tolkien original gana en ritmo si se compara con la anterior. El núcleo central de la historia se desarrolla de un modo enérgico. Las trepidantes aventuras del Bilbo y sus compañeros de viaje se transforman en una ‘road movie’ de parajes y mundos aparentemente distintos y distantes. La acción y las pequeñas subtramas –incluida la atracción física y más entre un enano y una elfa- se combinan acertadamente. Nuevamente –salvo la creación del dragón- los efectos digitales parecen diseñados para un videojuego. Los decorados son notables y las transiciones efectivas y ahí hay que alabar el trabajo de Peter Jackson.

La película va desgranando con minuciosidad y a paso lento los rincones oscuros de las personalidades de los viajeros. La avaricia y el ansia cobran especial protagonismo, lo que conlleva un incremento del aspecto afectivo de entrega y sacrificio, definitivamente instalado de un modo positivo en una historia que no deja de ser un tanto árida y reiterativa. Las batallas no son demasiado pesadas y el dinamismo que les ha otorgado Peter Jackson es eficaz a todas luces –divertido cameo el del propio director al principio de la película-.

Las razones económicas son las que han hecho que todo se prolongue a una tercera película y es cierto que de antemano pone en guardia imaginar cómo habrán llenado esa última entrega.  Esta segunda  parte es entretenida y como producto navideño permite que por momentos un espíritu ‘dickensiano’, incluso más infantil de lo debido –ese dragón tan tristemente torpón- se instale en determinados tramos de un viaje que parece no tener fin.

I. CERDÁN / R. GONZÁLEZ

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