'EL LOBO DE WALL STREET'. Desenfreno visual


CRÍTICA DE CINE
'El lobo de Wall Street' (Martin Scorsese. Estados Unidos, 2013. 179 minutos)
La orgía de planos que suele conceder Scorsese en cada una de sus películas sí tiene en 'El lobo de Wall Street' un firme objetivo: el entretenimiento. Lo consigue y no era tarea en absoluto sencilla hacerlo en tres horas de metraje. El director neoyorquino ha rodado su mejor película desde ‘Casino’,  la más compacta, aunque aún diste tanto de quién fue.

La vida del lobo financiero Jordan Belfort es un reclamo inteligente para mostrar todo ese exceso bursátil, sexual, gestual y adicciones varias que Scorsese refleja a lo grande y secundado por un elenco actoral que, pese acercarse a la caricatura, se desenvuelve con soltura en ese amplio abanico del todo a lo grande. Di Caprio es un buen actor y resuelve bien. En esta ocasión sus rasgos aniñados le hacen sintonizar con el tempo del protagonista sin necesitar de grandes artificios.

Hay bastantes ecos a Mario Conde, fundamentalmente en el devenir de ambas personalidades. De nuevo la diferencia es grande a la hora de abordar una historia con tales posibilidades. Mientras que España se queda en una especie de telefilme plano, Estados Unidos desborda ingenio para hablar de su propio sueño americano. Las escenas sexuales, aunque solo son enunciadas, son inteligentes y dejan al descubierto lo que era el desenfreno del vicio y el anhelo de llegar a todo lo inimaginable. El deseo no se sacia jamás. Vidas al límite, traiciones, billetes, más traiciones, más ambiciones, sexo, drogas, dinero, más dinero, furor, helicópteros, barcos, mareas y la bajada al mundo terrenal. El punto del no retorno. Una vida que debe renacer, la de Belfort, cuya avaricia le llevó a lo que es hoy.

Las tres horas de metraje están muy hábilmente desarrolladas para no caer en la monotonía visual. Los planos de Scorsese dan el punto a la historia para que todo se muestre a la par que la vida del protagonista y sus secuaces. El montaje es muy hábil. Recurrir al teatro para enfrentar el yo del protagonista como confidente –recurre a soliloquios- ayuda a salvar escollos en la terminología bursátil. No hay que olvidar que es una película concebida como espectáculo. La particularidad que suelen tener estas historias es que la sociedad siempre se pone de lado del ladrón y se les tolera todo tipo de excepciones y sino basta recorrer el historial de muchos casos conocidos. Esa resolución le viene estupendamente bien a la película, que no lo disimula y Scorsese lo utiliza magníficamente en su empleo de flashbacks, porque, de un modo muy claro, lo que cuenta es la historia de un triunfador.

¿Se atreverá alguna vez Scorsese a volver a sus principios? ¿Se atreverá a hacer algo comedido? Quizá no fuera mala idea que se emulase a sí mismo e hiciese una película con sus dos alter ego, Di Caprio y De Niro. Esa sería otra aventura, sin duda en un coche diferente al de Belfort.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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