'EL VIAJE A NINGUNA PARTE'. La alargada sombra de Fernán-Gómez



CRÍTICA DE TEATRO

'El viaje a ninguna parte'
Autor: Fernando Fernán-Gómez
Versión: Ignacio del Moral
Dirección: Carol López
Teatro Valle-Inclán (Madrid). 

Lo  más destacable de la puesta en escena de la novela de Fernando Fernán-Gómez es la adaptación que ha realizado Ignacio del Moral. Evidentemente faltan aspectos cruciales, pero era muy complicado condensar ciertas reducciones y salir victorioso. Es digno de mención el trabajo de Del Moral debido a que selecciona con determinación los aspectos que considera cruciales y los defiende para crear una obra con entidad propia.

Otra cosa es el resto del conjunto. Parte de una escenografía de Max Glaenzel  (con ecos  a la parte cuarta de ‘2666’ de Alex Rigola) que construye esa especie de 'road movie' de cómicos a la búsqueda de la hogaza de pan perdida por los pueblos de España, por medio de hierbas secas. La apuesta solo funciona por momentos y no tiene la misma integración en todos los espacios. Pese a las hábiles transiciones todo queda un poco confuso.

La dirección de Carol López no saca partido a muchas de las situaciones. Todo queda en momentos adornados que buscan un efecto de luz o una estampa fotográfica, como puede ser esa escena de lucha con las sillas entre Carlos y el terrateniente del pueblo –casi de cuadro de Goya-, pero se pierde la rabia de la que denominan ‘voz de la sangre’, quedando todo en algo meramente formal. El reparto es desigual. Miguel Rellán, espléndido actor,  da vida al patriarca de la compañía, Arturo Galván. En esta ocasión su interpretación es un tanto plana y no ofrece los matices de crudeza tan necesarios en un personaje de tal calado. Del mismo modo, la escena tan cruel a la par que hipnótica que es la que sucede cuando se pone delante de una cámara de cine pierde toda la fuerza debido a que las veces que se le ha visto actuar con su compañía nunca ha sido tan exagerado como lo es con ‘los peliculeros’.  Tamar Novas está muy correcto en su composición del personaje de Carlitos. Presta frescura al montaje y es divertido.

Camila Viyuela ofrece un papel notable y su interpretación tiene fuerza y ejerce magnetismo. Olivia Molina no tiene calado en la piel de Juanita y campea sin fuerza por ese poderosísimo aluvión de sentimientos por el que navega su personaje. El resto del reparto sale airoso y bien parado pese a que todo tenga esa especie de aire liviano que la obra no posee, sino más bien lo contrario. El texto de Fernán-Gómez es un tratado extraordinario en todo lo que se refiere a mostrar la miseria con ingenio sin caer en la vulgaridad y el estereotipo. La música está bien empleada, los ecos de ‘Caminemos’ acompañan siempre bien y las coreografías funcionan y entretienen. Lástima no haberse detenido un poco más en ese anciano y en sus recuerdos. La opción del empleo del audiovisual no es acertada y viendo cómo estaba planteado el montaje no tiene mucho sentido debido a que no llega a salir de ese ‘ninguna parte’ a la que se enfrenta a lo largo de la obra. Su presencia es poco más que anecdótica.

‘El viaje a ninguna parte’ es así un espectáculo con ideas interesantes pero que se queda en una especie de punto a la deriva que no llega ni a emocionar ni a aburrir.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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