'NOÉ'. La Biblia y la Comunidad del Anillo



CRÍTICA DE CINE


'Noé' (Darren Aronofsky. Estados Unidos, 2014. 138 minutos)

Aronofsky vuelve a dar otro paso atrás. Curioso el caso de un director que busca una voz que pretende ser extremadamente particular, pero que la realidad que ofrece es la de una desmesura caprichosa que le sitúa en un lugar indeterminado. Si con ‘Cisne negro’ diseccionaba ese mundo de sombras que iluminan –de un modo exagerado- la danza, en ‘Noé’ busca reinventar las motivaciones y vida del salvador Noé. El resultado es un amasijo de nada que no llega a proponer algo nuevo ni diferente más que la búsqueda de una notoriedad contaminada por una historia pesada y unos efectos especiales que no logran aportar más que intenciones insensatas.

Con ecos palpables a la trilogía del anillo de Peter Jackson, Aronofsky crea personajes de piedra que hablan, piensan y creen en la salvación por parte del creador. La familia protagonista pasea por  parajes apocalípticos, muy parecidos a los ofrecidos por ‘La carretera’, para dar refugio a Noé y  los suyos. La reinterpretación de la Biblia es lo de menos, más bien parece un desafío del  director de ‘El luchador’ por dejar patente su independencia para hacer lo que quiere y con ello salir airoso. Aronofsky dirige, escribe y produce este entramado  vacuo que no asfixia, ni da salida, ni transmite empatía. Incluso quiere generar momentos de tensión, venganza y demás condicionantes que lo que ofrecen es alargar un metraje excesivo y sin justificación alguna.

Russell Crowe  defiende a su personaje con entereza y pasa del amor al odio en varios tramos de la película. Realmente atraviesa un proceso psicótico que le lleva a generar una atmósfera de miedo en el interior de un arca que nunca se ofrece cómo es. Lo de los animales tampoco parece importarle mucho al director y lo zanja rápidamente sin darle importancia.

La historia carece de  ritmo narrativo. ‘Noé’ se sitúa  dentro de ese alto número de películas que tienen un presupuesto astronómico que no van más allá de los caprichos de un director al que la fama parece haber trastocado lo que es su oficio para transformarlo en una muestra de poder engolado y superfluo. Quizá Darren Aronoffsky sepa despertar a tiempo de su letargo creativo.
IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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