'EN UN LUGAR SIN LEY'. Masticar el polvo y huir para condenarse



CRÍTICA DE CINE


'En un lugar sin ley' (David Lowery. Estados Unidos, 2013. 105 minutos)

David Lowery ha escrito y dirigido una historia de amor envuelta en unos años 70 de esa América profunda en la que se masca chicle, se acude a la iglesia y abundan los cazarrecompensas. Por encima de la historia, que pese a ser buena no cuenta nada desconocido ni juega a reinventar nada, está la forma que ha elegido Lowery para plantear su amor en la distancia.

La influencia de Malick y muy concretamente de ‘Malas tierras’ está muy presente, pero la habilidad en la labor de dirección reside en tener entidad en todo su conglomerado sin que los ecos del pasado se carguen la historia. Las referencias están en un lugar determinado y sobre él David Lowery reajusta con fluidez y personalidad.

La película dispara en la dirección correcta, sin dar vueltas a nada. Su modo de manejar el flashbacks también resulta apropiado para que estos nunca lleven a equívocos. Los objetivos de los personajes están perfectamente definidos. Rooney Mara –menuda actriz talentosa- y Casey Affleck trabajan del modo requerido. Las cartas que él remite y las conversaciones que mantienen nunca caen en la cursilería. Es el amor como detonante y ayuda para asumir cierta madurez unida a responsabilidades. 

No hay tiempo para entelequias ni para jugar a las realidades paralelas. Se respetan los tiempos de las personas aunque el deseo siempre se entromete, esta vez sin causar estropicios fatales. Es el ansia por la responsabilidad y el comenzar algo diferente en la distancia jugando a ser inocentes y fantaseando con el futuro lo que lleva a la desesperación.

Todo tiene lugar en un pueblo en el que no existen los secretos, y ese ansia por el cambio unido al del sentir, a la fuga, al encubrimiento, a la conciencia del fracaso y al final preestablecido, unidos a las notas musicales de Daniel Hart, convierten  ‘En un lugar sin ley’ en una película notable que reajusta las grietas de esa tierra sobre la que resulta imposible reconstruir con el peso de los acontecimientos pasados.

La impresionante fotografía de Bradford Young es un despliegue de talento entre colores de tierra y ahogos emocionales. Los matices que regala a cada plano se sumergen en los claroscuros emocionales que ofrece cada personaje. Las heridas que reclaman su lugar se abren y no cicatrizan porque siempre están a la expectativa del desenlace.

No hay actos execrables, no hay recriminaciones que vayan más allá de la subsistencia emocional. Los roles están definidos, algunos se justifican por la supervivencia y otros por el amor. El ciclo de la vida avanza y sí, no hay duda, todos conocemos su final y aun así, se anhela que el desenlace llegue lo más tarde posible.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

Publicar un comentario

0 Comentarios