'TRUE WEST'. Pudor sin polvo


CRÍTICA DE TEATRO

'True West'
Autor: Sam Shepard
Dirección: José Carlos Plaza
Compañía: El Auténtico Oeste & 94 West Producciones
Teatros del Canal (Madrid)

Sam Shepard es un auténtico autor frontera sin miedo a nadie. Sus textos asfixiantes recorren esa América sombría y sin escapatoria que encierra a sus personajes en estancias situadas en algún lugar en medio de ninguna parte y a mucha distancia de todo. No hay falsos anhelos ni sus protagonistas ganan nunca. La forma de perder tiene sus variantes, pero siempre el alcohol y el polvo que desgasta las gargantas acompañan a esos destinos sin línea en un horizonte ya perdido.

‘True West’ retrata el reencuentro de dos hermanos en la casa de la madre ausente por un viaje. Su centro de operaciones vitales es ese salón, en el que los roles de ambos permutan para constatar que son dos versiones de una misma persona.  Una historia que respira agonía, claustrofobia y angustia y que no viene acompañada por una escenografía abierta, elegante y que contribuya a poner distancia a esa opresión caótica de la convivencia. El preciosismo por el que se ha apostado desde la dirección no ayuda a empatizar con un texto excelente. José Carlos Plaza no parece haberle cogido el pulso a esos grados de temperatura que se codean con la envidia, el resentimiento y el derrumbe.

Los personajes no mastican el polvo ni sudan lo que padecen. Sus gestos –excesivos- no se ven acompañados por las acciones, ni siquiera la cerveza está abierta al igual que una botella de whisky que se mantiene cerrada mientras ambos hermanos beben. Mal detalle el que no se haya mimado este aspecto de los personajes. Son descuidos que restan presencia a la puesta en escena, que se define por ser un tanto esnob y alejada de las aparentes pretensiones del propio texto. Si se aisla el texto no hay duda que los ecos de ‘Fool for love’ y ‘Crónicas de motel’ tienen su paralelismo con ‘True West’. La voz de Shepard no admite pulcredad y escrúpulo, la partitura que ofrece no lleva a equívoco alguno.

El espacio sonoro es notabilísimo y las piezas musicales de Mariano Díaz sí irrumpen en ese imaginario colectivo que Shepard plantea. La mezcla de la escritura, los celos, los paisajes, los robos, las huidas, los rencores, los sinsabores y la embriaguez quedan difusos en las intenciones de una puesta en escena más preocupada de un efecto visual que del afecto/odio que se profesan cada uno de los personajes. La tensión continua por momentos se vuelve un tanto maniquea con tonos superpuestos y heridas cicatrizadas.

Shepard golpea con dureza pero estas heridas que plantea Plaza se cerrarán con una simple tirita en un breve espacio de tiempo.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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