'LA ISLA MÍNIMA'. Paralelismos, gran pareja protagonista y flojo final



CRÍTICA DE CINE

'La isla mínima' (Alberto Rodríguez. España, 2014. 105 minutos)

Es una pena que siempre el cine español esté envuelto en casualidades. Si ya Amenábar afirmó no saber nada de ‘El sexto sentido’ y que su final de ‘Los otros’ era una coincidencia, la misma, por otra parte, que señaló Armero con ‘El arte de morir’. En el caso de la película de Alberto Rodríguez es un hecho también sorprendente que existan paralelismos con ‘True Detective’. Todas se desarrollan a la par de los ejemplos americanos y es una casualidad temática que puede provocar desconcierto: por azar o no, es el mismo país implicado. Al final lo cierto es que en el cine está ya todo inventado y que lo que cuenta es el modo en el que se narre.

‘La isla mínima’ es una buena película. Su estructura es sólida. Capta el interés sin engaños ridículos y esgrime una trama interesante y sólida en principio. Contar con un actor como Javier Gutiérrez es ya un acierto que otorga al conjunto de la película un empaque extraordinario. La construcción de ese personaje repleto de sombras por el pasado suma intencionalidades a una película capaz de integrarlo en la historia sin que despiste. Raúl Arévalo, por fin despojado de los tics que le vienen acompañando, consigue su mejor interpretación, aunque su personaje no tenga el mismo calado que el de su compañero. Su corto pasado solo está esbozado, con bastantes ecos con aspectos  del materializado por Mario Casas en 'Grupo 7'-. La pareja formada por ambos funciona, evidentemente no podía faltar ese cuantioso tópico de 'poli malo, poli bueno', pero se salva bien. El resto del plantel esrá correcto, aunque en personajes determinantes falta algo de fuerza, edad, angustia, dolor. Es el caso de la madre de las niñas asesinadas, Nerea Barros, que pese a estar correcta, al personaje le falta pasado.

El guion firmado por Cobos López y Rodríguez se sitúa en esa España de principios de los 80, en una Andalucía rural con ecos de un Franco presente que obra en costumbres y determinados métodos. Refleja esa España que anhela un cambio que está por llegar. La Andalucía que filma Rodríguez, con pantanos incluidos, nos lleva a esas tramas de asesinatos de esa América profunda y lugareña que asfixia a los investigadores. El asesinato, los mirones, las coincidencias, el miedo, el vacío, las heridas, las mentiras y el ahogo. Todo se sostiene, incluidas algunas coincidencias cogidas por los pelos, pero que no son gravosas. En ocasiones, el cine de género, o al menos una parte del mismo obliga –unas veces con  más solvencia que otras- a aceptar cierto tipo de pacto de ficción por parte del espectador sin que el mismo se interrogue demasiado.

La fotografía realizada por Álex Catalán pese a ser correcta, va en dos direcciones que chocan entre sí. Por un lado los exteriores están bien iluminados, siempre con una naturalidad que se amolda como un guante a la trama. El problema viene en la gran mayoría de los interiores. Ese afán por crearse ventanas y haces de luz que casi simulan apariciones celestiales hace que sus trucos queden demasiado expuestos. La insinuación hubiese sido algo más acertado y no habría una reiteración poco positiva en una historia que pretende dar un vuelco continuo.

No es lo más importante la trama, pero aunque se sostenga, el final es un tanto flojo. Nuevamente se instala la reflexión del poder como telón de fondo.  El calado de los personajes no es tan hondo para que este se olvide. ‘La isla mínima’ es una buena película, con reflejos y referentes muy evidentes, pero Alberto Rodríguez es un buen director y consigue un resultado notable en una película de un género, del que fundamentalmente habían salido vencedores Urbizu y el Garci de ‘El crack’.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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