FENÓMENO GODARD (A propósito del estreno de 'Adiós al lenguaje')


 Para Orteguismo

La provocación a modo de libertad, ingenio y algunas dosis de caraduría envueltas en 3D es la nueva propuesta del reputado director francés Jean-Luc Godard. Su despliegue de enigmas envueltos en películas que transmiten un deseo de honestidad calibrada en un collage textual obtuvo el premio del jurado en el último festival de Cannes. La decisión no dejó de ser polémica, pero sin duda alguna justa. Godard trabaja bajo sus leyes, que le permiten cohabitar entre la filosofía, la metáfora y el ser honesto con lo que es. No pretende engañar, aunque se le critique. Sus modos de reinventarse tienen siempre ese lenguaje reconocible e inevitable que es la unión de su textualidad, la imagen en filigranas ensayísticas y emocionales.

‘Adiós al lenguaje’ puede tratarse de un libro visual. El añadido del 3D es otro acto de firmeza, juego o funambulismo creativo, otra innovación del cineasta francés, que se atreve a postularse como un renovador en cuanto al medio se refiere. Como no podía ser menos, España, por medio de sus mezquinos distribuidores, ha decidido estrenar la película en 2D sin volver a respetar la intención de Godard.

¿Qué cineasta sigue causando revuelo en las salas de hoy en día? Jean–Luc Godard. Sin ir más lejos, en la proyección a la que asistimos en la única sala en la que se puede ver en Madrid. Un recinto, por cierto, con muchas deficiencias, ubicado debajo de una escalera, con pantalla torcida, pequeña y expuesto a todo tipo de ruidos en el que hubo hasta tres conatos de pelea a lo largo de la proyección. ¿Qué genera Godard? El público de edades comprendidas entre los 20 y los 65 estaba entregado aunque sus intencionalidades no eran las mismas. Si por un lado una parte del respetable se tomaba muy en serio los postulados del cineasta, otra parte se reía de un modo virulento. No existe término medio y así se llega a la confrontación. Gritos, empellones y desafíos. Nadie puede mostrarse indiferente al talento del francés.

‘Adiós al lenguaje’ en un claro ensayo fílmico. Nada se queda en el tintero, incluso la recreación de Mary Shelley en su concepción de Frankenstein tiene su refugio. La perra Roxy se torna como absoluto epicentro de una trama envuelta en descontentos, crisis y neurosis. La naturaleza y la metáfora son las dos grandes partes de la película que se interrelacionan con un poso de misterio. A ellas hay que sumarle ese empleo minucioso de la música que en este caso, el montador Godard, ha sabido calibrar para darle cabida en su orgía filosófica.

Su halo de tristeza en conjunción con cierta melancolía y falta de esperanza permiten mostrar a un Godard atrevido, libre e instigador de debates que superan el respeto de las imágenes en una sala oscura. Godard es tan absolutamente necesario que es imposible concebir el cine sin sus aportaciones. Ojalá continúe y no haya decidido poner el punto y final, porque ya está bien de hablar de perspectivas, planos y luces, Godard habla y siente la vida. Su cámara… ¿Dónde la situará? Godard y sus leyes. ¡A disfrutar!

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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