'LA BELLA DE AMHERST (Emily Dickinson)'. Calidad que suma y sigue


CRÍTICA DE TEATRO

'La bella de Amherst'
Autor: William Luce
Dirección: Juan Pastor
Teatro La Guindalera (Madrid)

El teatro que se realiza en La Guindalera es una delicia. Cuesta creer que estén atravesando por un momento delicado y que planee –esperemos que muy a lo lejos- una sombra de posible cierre. Sus espectáculos están muy por encima de la media que se puede ver en Madrid. Su forma de trabajar nunca resulta indiferente. Sus trabajos, magistralmente dirigidos por Juan Pastor, siempre ofrecen respuestas y muestran una profesionalidad y una entereza muy poco vistas en ninguna de las salas subvencionada, llámese CDN, CTNC o cómo se prefiera. 

En esta ocasión, la figura de Emily Dickinson es llevada a escena. María Pastor ofrece una interpretación que indaga en ese yo de la poeta de forma equilibrada. La desmesura que se ofrece por momentos es tan controlada que nunca resulta excesiva. Los matices que refleja Pastor en su trabajo ofrecen riqueza en cada acción. Es capaz de integrar al espectador en su discurso sin artificio alguno. Su Emily cabalga entre cierto absurdo poético bien planteado desde el texto de Luce a una escenografía que refleja o matiza una especie de alegoría que encaja en ese mundo interno de Dickinson. La evocación de cartas está expuesta con una naturalidad apabullante y María Pastor da vida a todas esas voces que le acompañan en su periplo. Todo fluye con el mismo interés, ya sea el hablar de una tarta, una conversación con su padre o el reflexionar sus poemas...  No importa las voces a las que se dé vida, siempre parece que están presentes. 

El viaje poético de la obra es tan dinámico como estremecedor. La reclusión que sufrió la propia Emily a lo largo de su vida tiene en la propuesta escénica una relevancia crucial. Si bien deja entrever ciertas insatisfacciones personales  no se aparta de la reflexión y la búsqueda de la escritura. A lo largo del montaje se moldea ese deseo por la escritura, robándole horas a la rutina, encerrada en su cuarto sin descuidar sus labores domésticas.  El texto tiene una clara base en ese mundo lírico interior que sirve para que la poetisa transite por diferentes estados emocionales y lo transmita al espectador de un modo íntimo, confidencial. La obra de Luce ofrece datos concretos de la propia vida de Dickinson y los integra sin pretender un didactismo fácil.

Adentrarse en la vida de la poetisa puede ofrecer diferentes interpretaciones, pero Juan Pastor sabe dónde quiere mantener la atención de su figura y desgrana ese nudo sentimental de un modo inteligente. Pese a ser un monólogo, se aprecian con una velocidad vertiginosa diferentes encuentros de Dickinson con personas que rodearon su vida: su hermana, su padre o incluso aspectos más místicos –al igual que su poesía-. Con habilidad en la composición de iluminación se asiste a ese momento crucial que coincide cuando la poeta viaja fuera del estado de Massachusetts, y escucha un sermón pronunciado por el sacerdote Charles Wadsworth. Resulta fascinante el apasionamiento que se produce, de ello hay constancia en el epistolario que se conserva de ambos y se ha sabido sacar partido con elegancia y jamás resultando redundantes. La puesta en escena es honesta y no toma claros posicionamientos, simplemente refleja la emoción y las decepciones de una mujer que escribe, sueña y anhela.  La complejidad que pueden poseer la vida e  interpretación poética de Dickinson está representada con claridad y acierto en 90 minutos en los que el ritmo es trepidante. Todo está recitado con elegancia, de una forma medida, y consigue que  la naturaleza –la de la creación y de la que escribe la poeta- fluya sin que nada sea tan abstracto como inaccesible. Se ofrece una obra tan humana como extraordinariamente montada. El teatro realizado en La Guindalera vuelve a demostrar que es brillante.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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