'EL SILENCIOSO PASAR DE LOS DÍAS'. Protocolo del absurdo bien realizado



CRÍTICA DE TEATRO 


'El silencioso pasar de los días'
Autor: Manuel Jesús Luis Rodríguez
Dirección artística y técnica: ARA2teatro

Con Beckett a la cabeza, ARA2teatro ha sabido crear una propuesta inteligente en la que se disecciona una parte de la filosofía del espíritu. Se parodia el existencialismo mismo. De sus cuidadas invariables no queda más que el mínimo existencial, que diría Adorno. Los pensamientos y las ensoñaciones se arrastran y se deforman como restos del día.

Hay un curioso paralelismo con ‘Fin de partida’, en el que ambos protagonistas parecen estar soñando su propia muerte en una especie de refugio en el que todo debe organizarse según el protocolo a seguir. La crueldad  se encuentra presente  en esa naturaleza de la que han sido separados. En apariencia los personajes están recluidos, no queda apenas nada de aquella naturaleza y lo que pueda sobrevivir lo único que logra es prolongar el sufrimiento.  El juego alrededor de la existencia continuo, se duda  de ella mientras que con cada frase se tiende a concederla. El elemento discursivo del lenguaje se transforma en el instrumento de su propia absurdidad, con tendencias al clown. Todo forma un tándem siempre bien acompasado y con una finalidad clara.

La soltura de los dos intérpretes –Adolfo Diego Ortega y Manuel Jesús Luis Rodríguez- consigue que su propuesta sea honesta y la coherencia es una virtud al trabajar con un texto tan complejo. Ambos roles están muy marcados y se alternan continuamente potenciando cada acción que realizan. El trabajo gestual no debe pasar inadvertido porque resulta estimulante observar cada una de las acciones, orientadas a un fin muy concreto. Es alentador asistir a esas situaciones que son en apariencia el negativo de una realidad referida al sentido. Cada personaje es capaz de mantener su rol y a la vez moldearlo según el avance de cada situación, con lo que se impulsa ese dramatismo  irónico y eficaz. La vergüenza que a uno le invade cuando alguien se ríe de sus propias palabras se convierte en un existencial. Los propósitos de cada acto rutinario cobran cada vez mayor celeridad y cierta angustia se apodera de unos personajes que sumergen en diálogos sus continuos interrogantes. Hay una especie de contenido residual en el texto que parece dominado por la armonía preestablecida de la desesperación. Los gestos de ambos personajes van siempre en esta línea marcada en los diálogos. Quizá su interactuación tenga ecos a Laurel y Hardy, continuamente van en consonancia hacia el mismo destino. 

La escenografía siempre es útil, al igual que el vestuario. Su inserción en los acontecimientos narrados nunca resulta ficticia. Aporta un toque materialista a toda la propuesta y sirve para conseguir una empatía mayor con las dudas de ambos personajes, habitantes de esa rutina existencial con aparente fecha de caducidad. 

‘El silencioso pasar de los días’ es una apuesta original, excelentemente interpretada y con guisos de tener una larga vida por los escenarios.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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