'JUANA, LA REINA QUE NO QUISO REINAR'. Trabajo inmenso



CRÍTICA DE TEATRO

'Juana, la reina que no quiso reinar'
Autor: Jesús Carazo
Compañía: Histrión Teatro

La Juana que interpreta Gema Matarranz es un trabajo desbordante. Sus intenciones, tonos, intensidad,  mirada, entrega,  dolor, pasión y frustración componen un tratado de interpretación en sí mismo. Todo cabe en una actriz que posiblemente haya realizado uno de los trabajos de mayor calidad escénica de los últimos años. 

La sólida carrera de la compañía Histrión Teatro tiene en la obra de Jesús Carazo un diamante que el tiempo solo consigue engrandecer. Cada función avanza un paso más en la composición escénica. Su texto está perfectamente estructurado y posee los tempos necesarios para que la obra avance sin cautela. La riqueza histórica que posee España en sus personajes en muy pocas ocasiones sale a relucir. Hasta el momento solo Agustín García Calvo con su monumental ‘Baraja del rey don Pedro’ había conseguido aproximarse a lo que hizo Shakespeare con los monarcas de Inglaterra. Esta ‘Juana…’ logra posicionarse en un lugar destacado en esa ficcionalización regia de una España que solo se ha visto reflejada en diferentes series televisivas con escaso rigor y entereza.

Que Juana esté acompañada por un fraile en ese palacio de Tordesillas donde su padre, Fernando el Católico, la mandó encerrar, dota de un mayor dinamismo a la acción, ya de por sí intensa y medida. El papel interpretado por Enrique Torres está construido desde una sobriedad exquisita que refuerza la intensidad dramática del viaje emocional de Juana. 

Recrear lo tormentoso de una vida es una pesadilla constante en una mujer que fue ninguneada y condenada a la asfixia de una habitación en la que solo habitaban ella y sus recuerdos. Los momentos en los que se evoca el sentir por Felipe el Hermoso o su muerte son espeluznantes, al igual que el sentimiento mostrado por Isabel la Católica o por sus hijos. La intensidad emotiva de Gema Matarranz es soberbia. Jamás cae en gestos desmedidos, simplemente siente en su dolor. Solo queda tristeza, asfixia y anhelos de aquellos instantes únicamente vivos en una memoria que lucha por recordar. 

La escenografía formada fundamentalmente por velas, candelabros y dos ataúdes sirven para ayudar a Juana en su discurso. No es en absoluto determinante ni aporta más, solo acompaña. El trabajo de la actriz es tan intenso que no se puede prestar más atención que a cada una de sus acciones. Es bueno que cuando la escenografía no pueda aportar al menos no reste, en este caso acompaña en su justa medida. No sucede lo mismo con  la música. En ningún caso esta potencia el drama, sino que más bien lo banaliza. Parece estar situada a destiempo y en ocasiones a un volumen elevado. Sucede algo parecido con la iluminación, muy previsible, llegando incluso a distraer de la acción. El vestuario es otro acierto y ayuda a potenciar a esa mujer a la que ya no le queda más dentro, solo las entrañas que expulsa sin remisión. El montaje roza la perfección y en pocas ocasiones se verá un monólogo tan perfectamente hilvanado. Un gozo y un triunfo más para Histrión teatro.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ


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