'PRECISIONES PARA ENTENDER AQUELLA TARDE'. El día menos pensado


CRÍTICA DE TEATRO

'Precisiones para entender aquella tarde'
Autor: Hugo Wirth
Dirección: Guillermo Heras
Compañía: NueveNovenos
Teatros Luchana (Madrid)

En los últimos años las salas de cine se han llenado de películas de catástrofes que imaginan mil formas distintas de un posible fin del mundo: meteoritos, tormentas, tsunamis, glaciaciones e infinitas posibilidades. Tras estas sucesiones de cataclismos subyace la imposibilidad de que nada pueda cambiar: o lo que tenemos o el apocalipsis. Es como si se hubiese aceptado el fin de la historia y todos se hubieran resignado al estado de las cosas, a un “esto es lo que hay” existencial.

'Precisiones para entender aquella tarde' parte de ese supuesto para enseñarnos una galería de personajes que llevan una existencia mucho más que gris en una oficina gris, donde trabajan intentando sacar el dinero a otras personas con una existencia más miserable que la suya que viven en la misma ciudad “mierda”

Es en esa oficina donde transcurre la acción, la oficina que devora continuamente nuevos empleados dinámicos, proactivos, con iniciativa para conseguir los objetivos marcados y ganas de ascender. Es decir, que pierdan los escrúpulos y aguanten sin protestar con la promesa de una posible mejora.

NueveNovenos, bajo la dirección de Guillermo Heras, se acercan a la obra del mexicano Hugo Abraham Wirth apostando por un montaje sencillo, limpio. La escenografía consta de tres sillas y un círculo de tiza en el suelo, la iluminación es básica y sin cambios, se prescinde  del espacio sonoro y se deja todo el protagonismo y el peso del desarrollo de la historia a los  tres actores. Esta sencillez, o mejor, esta búsqueda de lo esencial, ayuda a que el espectador no se identifique con ninguno de los personajes, a que se juzgue sus acciones por si solo y a que el texto adquiera más importancia mostrando la crudeza del discurso de unos personajes derrotados y resignados con conservar su estatus dentro del edificio de mierda .

Los tres actores interpretan varios personajes, si bien cada uno tiene uno principal, mientras la acción avanza a través de pequeñas introducciones narrativas que anuncian lo que está pasando. De esta manera el montaje se dota de un gran ritmo con los diferentes cambios de roles y situaciones, si bien en algunos momentos concretos pueda  parecer que se queda en un análisis poco profundo en aras de mantener el ritmo, aunque no se puede acusar al montaje de plano y mucho menos a sus personajes.

El dinamismo del montaje (aunque en la segunda parte se resienta un poco en algún momento), ayudado por la escenografía, resalta y potencia los abundantes momentos  de humor (a destacar  el momento en que el personaje de Eva Redondo recrea una felación a su jefe mientras divaga de la manera más mundana) que contrastan con lo que están haciendo, que va desde lo terrible de intentar sacar dinero a una anciana que está sola incluso en una emergencia o el jefe sin escrúpulos que le da igual la vida de sus empleados, en una continua lucha por una supervivencia mezquina donde cada miembro de la empresa reproduce las relaciones de poder.

Todo el montaje se ve impregnado  de la soledad la incomunicación, las relaciones vacías, que sufren todos los personajes, sensaciones que se van colando entre las risas y las conversaciones cotidianas de los personajes, esos personajes que esperan algo extraordinario para intentar cambiar sus vidas. El montaje va disminuyendo el ritmo a medida que avanza hacia al final y se va centrando en los personajes principales y va señalando al público que no se va a proponer soluciones, simplemente va a preguntar si se quiere seguir viviendo como muertos.

BENJAMÍN JIMÉNEZ

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