'LA ÚLTIMA PALABRA'. Hanif Kureishi





CRÍTICA LITERARIA

'La última palabra'
Autor: Hanif Kureishi
Editorial: Anagrama
Páginas: 295



ECOS, RECOVECOS Y LITERATURA

Posiblemente Hanif Kureishi sea ese escritor al que todo ‘escribidor’ anhele parecerse. Tiene éxito, no es excesivamente mediático y aborda muchos géneros  –incluido la novela pornográfica-  entre los que se integran el cine y la televisión. Naturalmente también imparte clases: literatura a todas luces y en todo momento. ‘La última palabra’ es una novela que pese a no ser tan directa como otros títulos suyos, ‘El cuerpo’ (2004) o Intimidad’ (2000), sí se reconoce ese estilo del escritor londinense que decide aproximarse a una trama propiamente literaria. 

La posibilidad de redactar una biografía sobre el consagrado escritor Mamoon Azam acerca a un joven autor a convivir con ese malhumorado y despótico hombre junto a su desequilibrada mujer, con el servicio que les atiende y con sus manías conjuntas. Llaman la atención los posibles paralelismos que existen entre Azam y Naipaul, es más que probable que haya tomado de modelo esa figura tan conflictiva –quizá la biografía escrita por Patrick French sea el referente-. Las coincidencias existen no solo en la propia vida, sino en varias de las temáticas de las novelas de Azam. Esto no deja de ser curioso y aporta cierto morbo a la novela. A esto hay que sumarle esa descripción de la Inglaterra más actual o de elementos reinantes en la época de Margaret Thatcher. 

Todo se complica y la literatura da paso a más literatura y a sueños e interpretaciones de los mismos. El rencor, el asco, la entrega, la vejación, la infidelidad, la rivalidad, los celos asfixiantes, más infidelidades, más rencor, más vejaciones y siempre más literatura. Las decepciones, las amenazas, los alquileres y los planes de futuro unidos a las rupturas y al terror se encierran en esa aventura que supone la redacción de una biografía altamente contaminada. Nada es como empieza. Kureishi va arrastrando a sus personajes perturbados de egos y entregas a una evolución en la que el miedo está presente en cada uno de los satélites que de un modo u otro participan en esa redacción del texto.

El juego de observar, ser observado, manipular y ser manipulado es algo que el escritor de origen paquistaní maneja con elegancia. El problema de la novela es que en diferentes momentos la trama se estanca y da vueltas sobre los mismos asuntos en demasiadas ocasiones. Respirar creación a lo largo del texto es un juego en el que lo sean o no, casi todos los personajes pretenden jugar a ser escritores. La figura de Azam es muy rica y el dolor causado por su egoísmo y sus inquietudes sexuales tiene un amplio de reguero de heridas sangrantes. Todo avanza entre diarios de ex mujeres,  ex amantes, deseos y nuevos enamoramientos furtivos que llevan –como no podía ser de otra manera- a la creación.

Enfrentar al joven escritor con el maestro es un duelo apasionante. Los celos, las intimidades y las heridas se van fundiendo y el observador pasa a ser observado. Las confidencias pasan a utilizarse para formar parte de la seducción y la misma siempre está presente. Harry, el joven escritor, atraviesa varias fases emocionales en el que todos sus deseos se ven tambalearse porque parece que nada va a llegar. El impulso en la escritura es un elemento entre ambos escritores, se necesitan pese a sus mezquindades. Cada uno escribe sobre el otro desde la honestidad, sin esas trampas ficcionales, simplemente ellos, sus vidas y sus múltiples errores.

Los diálogos son punzantes y bien escritos,  abundan en la narración. Son un aporte a que el tempo de la novela de acelere y tomen cierta carnalidad diferentes situaciones íntimas.  El paso del tiempo en momentos es demasiado dilatado. Las elipsis aunque se asumen correctamente por parte del lector no se integran de un modo tan efectivo como debería esperarse.  Llama la atención que hayan algunos errores en la corrección, como llamar al personaje Marion, Marian –página 162-. 

‘La última palabra’ es una novela de egos, sobre dos egoístas emocionales que escriben  y destrozan a quienes les han querido. Evidentemente no hay más salida que la escritura para poder continuar esa búsqueda en la que el amor, o algo que se le parezca, es el arma para poder seguir con un pie en el mundo de las personas. Kureishi siempre resulta imprescindible y ofrece una disección acertada de lo que pueden llegar a ser  las personas sin hacer trampas, y eso es algo que nunca ha de olvidarse.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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