'MAPS TO THE STARS'. El juego podrido de Hollywood


CRÍTICA DE CINE

'Maps to the stars' (David Cronenberg, Canadá, 2014. 111 minutos)

El aparente hipnotismo que simula reinar en la meca del cine ha sido atacado con una suculenta broma macabra por un David Cronenberg que sigue buceando en los contornos del cine para criticar a la industria mediante su arma: cine ridiculizando su sistema. Adentrarse en ese amasijo de falsedad que puede ser Hollywood siempre ha resultado tentador para el mundo del cine. Ya el maestro Robert Altman dirigió con brillantez ‘El juego de Hollywood’ (1992) en el que quedaban de manifiesto las entrañas crueles de la industria. Todo estaba condenado a la falsedad más absoluta pero lo peor no era eso, lo más grave es que al espectador nada le sobrecogía. 

El mundo de los sueños está corrompido por una ambición sin límites y en esa herida es donde David Cronenberg quiere hurgar y empapar de sangre a todo aquel que se acerque. En ‘Maps to the Stars’ el guion de Bruce Wagner no deja de ser un melodrama que cumple todas las normas a rajatabla. A todo ello hay que sumarle una ración de estereotipos flagrantes y algo de sangre y fraternidad para llamar la atención a la industria corrompida. Wagner se centra en una historia en la que el regreso contaminado por un pasado y una huida son las constantes para armar todos los excesos que relata. La mano de Cronenberg sirve para que todo tenga el temple que guíe la herida para hacerla más grande pero sin que necesite puntos.

El género en el que se pueda catalogar ‘Maps to the stars’ es una incógnita con difícil solución debido a que su estrategia o su éxito radica en que no hay que tomarla demasiado en serio. Si se hace, el mensaje quedará corrompido. Todo va demasiado rodado en la historia. La sencillez en su exposición establece un pacto de ficción que se asimila con soltura al tratarse de un divertimento continuo. Los personajes son tan extremos que su verosimilitud solo tiene sentido en ese contexto. Desde el inicio todo se enuncia como un misterio que atañe al pasado y que se incrusta en el día a día de ese Hollywood extraviado de emociones sinceras. Las casualidades vuelven a tener una cabida demasiado exagerada para que el resultado encaje en un entramado mordiente y altamente desmesurado.

Agatha llega a Hollywood con un plan, el pasado no está olvidado aunque se juegue a creer que sí. Sueños con las estrellas, la tierra de las oportunidades y las conexiones.  Una vez que Agatha y sus misterios llegan a Hollywood, guionista y director comienzan su visita al catálogo de Freaks sin pausa alguna. Las oportunidades tienen solo forma de encuentro y en la historia estos siempre se producen como casualidades articuladas de un modo tosco, tanto que potencia el melodrama perdiendo brillantez su exposición. La aparición de Carrie Fisher es el centro neurálgico de los acontecimientos posteriores. Ya en la presentación de personajes se asiste a la debilidad y divismo de la actriz Havana Segrand –colosalmente interpretada por Julianne Moore-, que desnuda su fragilidad ante su representante y posteriormente ante Fisher, a la que solicita ayuda para encontrar a su nueva asistente. Como es natural, en una historia plagada de coincidencias la recomendada no es otra que Agatha. 

En una historia en la que el exceso, el incesto, la falsedad, la traición, el engaño, la decepción, las drogas y los patéticos gurús campean a sus anchas, la dirección es justamente lo opuesto a lo propuesto en el guion. Es sobria y los movimientos de cámara son tan controlados como eficientes. La aparente sencillez es solo una respuesta compleja a lo planteado. Posiblemente sea Cronenberg unos de los directores que mejor sabe manejar guiones ajenos y el tono que imprime siempre a su labor es la apropiada a las palabras de otro. ¿Qué mejor manera de ridiculizar algo que ofende que dejarlo en evidencia? La pericia en la sobriedad es la apuesta que consigue que enamore el resultado final. No se busca un lucimiento técnico que vaya más allá de filmar con firmeza todas las situaciones que acontecen sin premura. Filma conversaciones en plano contra plano  con una pulcritud exquisita y no le tiembla el pulso al mantener los mismos encuadres. Esa entereza es la que dota a la historia de una personalidad que por sí sola no tiene, pero ayudada con una puesta en escena excelente que impulsa las intenciones de un guion que no va más allá de la caricatura con tintes de venganzas personales.

Adentrarse en el incesto es dar un paso más, salir airoso del asalto en un envite complejo. Cronenberg lo consigue por su manejo visual de la situación. Añadir crueldad y desequilibrio a los instantes más angustiosos resume con claridad lo que presume ser una monotonía diaria en la meca del cine. Todo se exagera y esta vez no se esconde la sangre, es más, salpica y ensucia el exterior. Ha llegado el instante en el que no se puede guardar nada debajo de la alfombra. Los resquicios emocionales, las heridas sangrantes y los desequilibrios basados en celos y oscuros pasados no tienen ya un lugar seguro donde estar. Se debe aceptar ‘Inseparables’ (1988) como una referencia clara en la relación de ambos hermanos y su áspero pasado. El destino fraternal es idéntico  y  las asperezas pasadas ya no tienen cabida. La verdad es una receta amarga que tiene un fin: la fatalidad múltiple, y es ahí donde Croneberg regresa a cierto pasado cinematográfico que tenía olvidado. 

El trabajo de Julianne Moore deslumbra. Todo ese artificio de su personaje es trabajado desde una coherencia resolutiva que fortifica la propuesta de dirección. Los trabajos van encaminados a la línea de una mesura combinada con gotas de exceso imprescindible para no ahogarse en el vacío. Robert Pattinson, Mia Wasikowska, Evan Bird –que interpreta notablemente a esa joven estrella adicta en proceso de rehabilitación-, John Cusack y Olivia Williams realizan unas interpretaciones sobresalientes. De esta manera la película consigue mantenerse en esa línea sumamente sugestiva y peligrosa: la del exceso medido jugando a ser desmedido. 

La fotografía a cargo del siempre habilidoso Peter Suschitzky permite que el aspecto naturalista de la propuesta navegue a la par que la historia. Los alardes de iluminación no quedan a la vista y eso engrandece un tanto más esta parcela. Al igual que sucedió en diversos momentos en la limusina de ‘Cosmopolis’ (2012), el mal empleo del croma aparece nuevamente en el final de la película. Es posible que todo pueda ser una llamada al absurdo y los propios creadores quieran llevar la broma un paso más adelante y ofrecer una imagen en la que una persona es presa del fuego y en la que todo deslumbre técnico brilla por su ausencia. Esta secuencia puede considerarse unos puntos suspensivos con macabras intenciones.

Howard Shore deja patente una vez más que su creatividad como compositor tiene sus mejores resultados en las películas de Cronenberg. La libertad con la que trabaja y la comunicación entre ambos creadores es tan prolija que ambos elementos –música e imagen- forman un matrimonio indisoluble.

‘Maps to the Stars’ es un extraño Cronenberg que simula no serlo, siéndolo. Un juego que vuelve a ganar pero que aún dista mucho de mostrar el potencial del director canadiense. Ojalá no tarde en elaborar una historia propia, porque desde ‘eXistenZ’ (1999) no ha vuelto a escribir un guión –que no sea adaptación- suyo y su cine se resiente notablemente.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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