'WINTER SLEEP'. Chéjov y Bergman en la Capadocia

CRÍTICA DE CINE

'Winter sleep' (Nuri Bilge Ceylan, Turquía, 2014. 195 minutos)
                                                                                                                                         
El director turco Nuri Bilge Ceylan  continúa ahondando en los mecanismos internos de las relaciones humanas. Esta película supone un avance con respecto a sus anteriores títulos, situándose un paso por delante de ‘Los climas’ (2006). Si en aquella se centraba en la descomposición de una pareja –protagonizada por el propio Ceylan y su mujer– en ‘Winter Sleep’ (2014) retoma los entresijos de las relaciones pero adentrándose en unos recovecos más profundos y desarrollando temáticas paralelas que consiguen que todo quede destinado al fracaso que en ocasiones supone el  intentar subsistir sin que nada arrope. Pese a sus 195 minutos de metraje en ningún momento se aprecia secuencia que no tenga el ritmo adecuado.

El origen de una historia tan sólida como la que han escrito Ebru Ceylan en colaboración con su marido Nuri Bilge Ceylan parte de una idea que rondaba al director desde hace quince años y que se nutría de la literatura de Chéjov  y  Bergman. Este dato de inicio ha ido evolucionando hasta tener en ‘Winter Sleep’ una entidad propia.    La estructura encierra lo que es un mundo completo en el que no falta la venganza, el odio, la desidia, la arrogancia, la condescendencia y el miedo. Ese hotel en el que reside parte del elenco protagonista es el lugar idóneo para vivir apartados, únicamente acompañados por algunos turistas, que al ser invierno, son escasos. 

Aydin es un actor retirado y millonario por herencia que se encuentra regentando un precioso hotel en la Capadocia. Junto a él residen su hermosa y joven mujer, su hermana y parte del servicio. Tras la aparente calma a la que invita el paraje en el que está situado el hotel, existe una tensión asfixiante, no sólo dentro del hipnótico hotel Othello –nombre cargado de referencia a un trasunto de celos que se enuncia en ciertas actitudes del protagonista–, sino en la Turquía actual que reflejan.
    
El dolor unido a la humillación son partes centrales de todo lo que rodea a Aydin. ‘Winter Sleep’ es la película en la que más diálogos ha empleado el director turco. Podría afirmarse que las sombras de Chéjov, Strindberg, Ibsen y Bergman han planeado por cada una de las conversaciones más lacerantes que tienen lugar. Todas las acciones se van recrudeciendo, asfixian, golpean y nunca son disimulados el odio, la mentira y el daño. La propia dignidad queda completamente tocada y sin posibilidad de restaurar cualquier estado que lleve consigo la felicidad.

 Ceylan no duda en filmar conversaciones de 25 minutos entre los protagonistas de la trama. Ninguna es cómoda y permiten ver la mezquindad que pueden llevar consigo el afecto o la distancia, que en ocasiones pueden hasta no distinguirse. Lo que se contempla en movimiento resulta escaso, es la acción por medio de la palabra la que cobra todo el protagonismo. Es curioso cómo esta apuesta de Ceylan por lo hablado choque con gran parte del cine de hoy, que parece primar el silencio y la contemplación muy por encima del daño que pueden causar las palabras. Cada conversación parece tener la premisa de Lutero por la que “a la palabra que ha echado a volar no le puedes coger el ala”.

Hay tres conversaciones que son absolutamente brutales: La primera la que Aydin mantiene con el Imán –que a su vez es inquilino suyo– en la que la condescendencia, la humillación y  el recelo son la base.  La segunda es la mantenida con Necla, hermana de Aydin. Si en un principio se muestra que ambos mantienen una relación aparentemente cordial aunque extraña, las palabras que dicen por uno de los artículos escritos por Aydin y la intransigencia de Necla son uno de los momentos más tensos de la película. El ego dañado, las cicatrices, las heridas envueltas en culpas y el pasado unido al saber golpear de las palabras consiguen que ya nada sea igual. Una relación basada en el compartir del silencio termina en sacar a la luz una decepción que destroza la relación sin que exista capacidad de cura.La tercera tiene lugar con su joven esposa, Nidal. La clave es la infelicidad emocional: ¿Puede soportarse a cualquier precio? La amargura y el realismo adquieren una parte eminentemente dañina en lo que a ellos respecta. Ambos sufren diversas humillaciones, pero es Aydin quien tiene el poder del destrozar con la palabra. Las ilusiones de Nidal son destrozadas por Aydin mediante el empleo de una condescendencia que no tiene parangón a lo largo de la trama. Sólo el orgullo del padre del niño y hermano del Imán pueden competir con la condescendencia y la humillación. ¿Hasta qué punto se puede quedar humillado para preferir la miseria antes que dar las gracias?

Rasgos de ese egoísmo pueden estar íntimamente relacionados con algunos personajes de Philip Roth o de J. M. Coetzee. Aydin intenta hacer creer que la escritura es su ideal de ocupación –ya sea por medio de artículos en un periódico local o por un ambicioso proyecto sobre la historia del teatro turco–, pero no es constante aunque le guste imaginar que sí. Su experiencia vital parece otorgarle un punto más que a los que le rodean y su falsa autosuficiencia envuelta en su evidente clasismo son las armas que condenan a quien le rodea.

El reparto es colosal. No es fácil aguantar secuencias tan largas y todos ellos son extraordinarios en sus aportaciones. El protagonismo recae en el prestigioso actor Haluk Bilginer, que es capaz de reflejar esa aniquilación emocional para volver a intentar algo nuevo. Melisa Sözen da vida a su joven mujer y no es tarea sencilla  mantener un duelo interpretativo con Bilginer. Sus expresiones poseen fuerza y credibilidad. Su emoción y su crudeza consiguen llegar y calar para que la historia ofrezca aún si cabe más consistencia. Ocurre algo similar con Demet Akbağ  y Serhat Kiliç, que dan vida a la hermana de Aydin y al Imán con acierto y honradez interpretativa.

La fotografía a cargo de  Gökhan Tiryaki es un diez a todas luces –valga la redundancia–. Es capaz de plasmar esos paisajes blancos con una textura que se integra en lo acogedor de los interiores. Su viaje emocional no deja lugar a dudas del talento mostrado. Se consigue que el paisaje o los interiores sean un personaje anímico más. Este “en lo más crudo del crudo invierno”, que diría Branagh, posee ciertos elementos que se desarrollan en el miedo a la huida por medio de colores y frío. No hay detalle que no se aprecie en cada plano, ya sea en el hotel o en otro paraje. Por momentos parece tratarse de uno de los cuadros de Patinir. Tiene mucho que ver la deliciosa dirección escénica en la que cada póster, cada libro y cada recoveco tienen su significado. Lo mismo puede decirse de un vestuario acertadísimo que no necesita jugar a las apariencias. El montaje ensambla el abanico de sentimientos sin una notoriedad significativa. Saben contar una historia y manejan los instrumentos para que estos consigan ese resultado tan brillante. Las piezas clásicas que inundan la película –fundamentalmente la Sonata nº 20 de Schubert– siempre están bien escogidas. No hay nada que demuestre que Ceylan vaya en busca de un sentimentalismo que no tiene cabida. 

‘Winter Sleep’ es una película en la que la huida es tarea casi imposible. La dependencia emocional es muy superior a la física. Los anhelos por volver a “reseducir” a quien una vez nos amó se muestran con crudeza. La torpeza emocional es una de las constantes de una película que toca la perfección formal y argumental y que vuelve a dejar constancia que posiblemente Nuri Bilge Ceylan sea el mejor director en la actualidad.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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