'THE KNICK'. Sin fisuras



CRÍTICA DE SERIES

'The Knick' (Steven Soderbergh. Estados Unidos, 2014)
1ª temporada

El aparente abandono de la dirección por parte de Steven Sodebergh no podía ser cierto por muy convencido que estuviese en apariencia. La furia de su regreso ha tenido como resultado la excelente primera temporada de ‘The Knick’. Las labores del propio Sodebergh se multiplican: no solo dirige sino que también hace la fotografía y el montaje –siempre bajo pseudónimo– y la jugada le sale a las mil maravillas porque la conjunción que hay entre todos los departamentos creativos es más palpable en un resultado tan incisivo y eficaz.

‘The Knick’ toma como referente el hospital neoyorquino Knickerbocker, situado en Harlem, que estuvo abierto hasta 1979. La habilidad de los guionistas –Jack Amiel  y Michael Begler, con la colaboración de Steven Katz– ha consistido en alternar ese dinamismo propuesto con una base de realidad bastante palpable –de 1900-, de ahí que optasen por tomar como referencia la figura del doctor William Halsted –aquel innovador de la cirugía– dividida en dos personajes: Christiansen y su alumno aventajado, John W. Thackery. Pese a que las apariciones del maestro son más bien escasas, siempre está presente en el trabajo y en el ímpetu del doctor Thackery –por medio de flashbacks-.

El comienzo de la serie marca las pautas que la misma va a seguir en su desarrollo. La desesperanza se alía con los cirujanos y una cesárea fallida es mostrada en toda su crudeza. Sangre, vísceras y muerte. Sodebergh no disimula ni esconde la sangre, consciente de ese impacto que ha de tener una serie para que el espectador muerda el anzuelo y continúe sentado en su sillón. Tampoco es demasiado crudo para no expulsar a nadie, simplemente sabe dirigir, montar y evidentemente producir –junto a Clive Owen es productor ejecutivo– controlando el corte final de lo que debe verse o no. Atendiendo a ese golpe inicial, no queda duda alguna de que no es una serie más de doctores. No se juega al escondite con todos los protocolos médicos y los casos intentan reflejar el avance en la medicina y su persecución sin tregua y a cualquier precio. 

Ese comienzo turbio del siglo XX es recogido en la trama y esta no especula en su retrato social y cultural de la época. Todos los progresos tecnológicos no se centran únicamente en la medicina –aunque es su foco principal– sino que se sientan las bases de lo que será el futuro y los reajustes de cada avance adaptado a la cirugía. Esto se aprecia en el convulso ánimo de los protagonistas. La decepción por el fracaso contrasta con la ilusión por estar en el camino de ese paso que irá más adelante para solucionar el problema.

Este progreso se alterna con las desigualdades raciales y sociales. El patente racismo choca con el talento de ese médico negro que llega nuevo al hospital. ¿Rechazan la evolución y la posibilidad de progreso por ser de otro color? Se filma ese día a día en un hospital que tiene casi todo en contra para subsistir tan lejos de la zona privilegiada. Convulsiones en todas las alas de un centro que busca ser especial y que su financiación no decaiga. No se esquiva la competencia voraz con otros centros sin olvidar que el futuro se acerca y no solo basta el ingenio para amoldarse a él.

En diez capítulos es capaz de mantener la tensión en cada uno de ellos y no desfallecer. Resulta muy interesante la desigualdad en la duración –van desde poco más de 40 minutos hasta rozar la hora–, que les permite no centrarse en planos o subtramas gratuitas. Acuden al centro neurálgico de lo que sucede, dejando claro que  el tiempo es un claro aliado de esa concreción. Todos los temas que aborda están amasados con la cautela de una base sólida, de ahí que el tráfico de cadáveres, la religión como ese opio manipulable, la entrega de bebés, los abortos, el miedo, la locura, la drogadicción, la prostitución, el amor, el sexo, el tormento de la adición, la opresión, la idealización, el rechazo, el fracaso, las expectativas y el futuro formen parte de cada entramado. 

Resulta determinante la función de la cocaína en el desarrollo formativo del doctor Thackery. Su adicción cada vez va a más y la falta de la misma otorga a la brillantez del personaje un episodio más de la agonía de un ser que se encuentra dominado por algo que está muy por encima de él. Las visitas a los prostíbulos o la búsqueda del opio, o los prestamistas, las comisiones, las venganzas y las derrotas se adhieren a esa rutina médica en el que todos los integrantes aspiran a ser más. La conciencia del progreso en ocasiones estalla en una especie de avaricia por miedo a no ser el mejor al precio que sea. La competencia médica en ocasiones es desenfrenada y el juego de cierta coalición en busca de llegar a ese avance nunca resulta claro. Las publicaciones, las ponencias, las envidias y el avance, nada puede frenarse, si no todo dejará de tener sentido. 

El cómo se trata la figura de la mujer y la conciencia de sí misma como persona es otra decisión inteligente. Se apuesta por hablar de su valía, sin necesidad de ser consorte de nadie. Incluso se adentra en la libertad de elección sexual, en la infidelidad femenina o en su decisión ante el aborto. En este caso aporta un interés bárbaro la trama entre el médico negro, su valedora y “casi” propietaria del hospital. La mezcla de avances, anhelos, decepciones y pasión centra el objetivo de ambos personajes, siempre con el yugo de lo que debe ser por encima de ellos. El arrojo es un arma que no siempre se aplica, pero que está presente. En otro apartado, no falta ese idealismo intelectual y físico entre la enfermera y el doctor. Evidentemente no es algo prototípico, el modo de tratarlo es sugestivo y la evolución en la intimidad de la enfermera Elkins con el doctor Thackery es un foco de atracción muy dominante en la trama. Su relación evoluciona en esas situaciones límites con la compresión de  la adicción, pero no solo trata la entrega sino la dependencia física en cierto plano sexual, en donde se apuesta por cierto morbo, sin esconder nada.

Steven Soderbergh realiza una dirección absolutamente brillante. Es capaz de emplear el plano secuencia con inteligencia y maneja su composición con una habilidad nada común. Llama la atención que haya escogido un estilo tan diferente a la propia época que filma. Todo ese contraste es el que consigue en cierta manera que la serie tenga esa vida en todos sus campos creativos. Los desenfoques, los paneos, los cortes bruscos y el empleo de los planos cenitales son una delicia visual. Su forma de narrar con imágenes es un tratado de dirección. El ritmo de cada episodio es frenético pero nunca agota. Sabe detenerse en el detalle y consigue que lo escrito quede bien plasmado en cada encuadre. La cuidada dirección artística ofrece un extra a todo ese grado de verosimilitud planteado desde la escritura. Cada espacio posee su luz y su atmósfera. La opción de la banda sonora de Cliff Martínez es otro de los mayores aciertos creativos. Optar por ese contraste usando música electrónica dota de un estado muy particular a cada una de las tramas. Cada nota se integra a esa estrategia ya empleada desde la dirección de crear cierta ambigüedad hacia ese clima social, médico, sentimental y abrupto que ofrece la serie. Esta conjunción de elementos es la que ha posibilitado que los diez capítulos se hayan realizado en 73 días, un récord absoluto en una producción tan compleja.

'The Knick' trata de seres humanos reconocibles, no hay héroes ni protagonistas que sean un claro modelo a seguir. Todos son antihéroes con sus luces e innumerables sombras. Ni siquiera el propio director del hospital se salva, y es convertido en el más corrupto y sin escrúpulos, dotado de esa avaricia que le lleva al extremo de toda decisión. Toda la apariencia se ve trastocada por la noche, y los anhelos cobran su propia vida envueltos en esas realidades palpables. La iglesia también queda radiografiada y expuesta a esos ecos de oscuridad que acompañan a las financiaciones, a los abortos, al tráfico de bebés. Incluso el prestigioso doctor Algernon, que soporta todo tipo de vejaciones por el color de su piel, tiene su lado oscuro en las peleas que emplea como desahogo emocional –maravillosamente filmadas a cámara lenta, dando detalles, aproximándose su narración visual a lo establecido por Arthur Conan Doyle, W.C. Heinz o Gay Talese en sus narraciones dedicadas a los combates de boxeo–. 

El reparto está liderado por un majestuoso Clive Owen que vuelve a dar muestras de un talento sin límites. Su habilidad para dotar de verosimilitud a cada acción que plantea consigue que su personaje sea tremendamente atractivo. Todos los personajes evolucionan, el amor a la escalada profesional está muy por encima de sus creencias personales. Se ha cuidado mucho el casting y no hay ningún actor al que no se pueda destacar, aunque llama la atención poderosamente la joven Eve Hewson –hija del cantante Bono– que mantiene el tipo con Owen, estando siempre a la altura, tarea en absoluto sencilla. 

‘The Knick’ habla del egoísmo, de la asfixia, de lo fácil que resulta corromperse, del valor de uno mismo, de la ambición, de la vida, de la muerte, de la suciedad, de lo que fue Nueva York, de cirugía, de las motivaciones corruptas, de la evolución, de luchar por ser el número uno, de la derrota, del sentir, del poder, de la catástrofe, de los linchamientos, de la transmisión de enfermedades mortales y del ser humano, al fin y al cabo, de la vida y de sus sinsabores, a lo que hay que sumar un gran final que enuncia la eclosión de la adicción. Grandísimo trabajo.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

Publicar un comentario

0 Comentarios