'RONDÓ PARA BEVERLY'. John e Yves Berger




CRÍTICA LITERARIA

'Rondó para Beverly'
Autores: John Berger, Yves Berger
Editorial: Alfaguara
Páginas: 56


A mi tía Dulce Mari, in memoriam

La muerte irrumpe y, tras ella, el silencio y la falta de consuelo. John Berger y su hijo Yves intentan exorcizar los demonios del dolor en unas páginas en las que muestran con naturalidad y nostalgia a su mujer y madre. No hay una finalidad mayor que la del desahogo. La escritura siempre cuidada es cercana y evocadora. Este libro puede traer a la memoria ‘Tres diarios’, de Ingmar Bergman, o ‘La muerte de la bien amada’, de Marc Bernard. En ambas la muerte de la mujer está presente y se escribe sobre ella desde dos perspectivas diferentes pero siempre unidas.

Todo el planteamiento está presidido por ese momento epifánico  para John Berger que es cuando escucha ‘Rondó número 2 para piano (op.51)’, de Beethoven. Esa sensación de proximidad fáctica es tan palpable que reconforta en el vacío de la ausencia. La ternura instalada en la escritura nunca resulta pomposa. Es una oda en la que el dolor se alterna con aquellos instantes en los que la figura ausente se muestra presente. Fogonazos envueltos en diálogos íntimos en los que se describen ciertos instantes que van desde los detalles íntimos de un poema, a momentos cotidianos o a situaciones lacerantes. Se muestra la entrega al ser enfermo al que se adora y que poco a poco se va marchando. ¿Cómo alargar la vida que se va? Ese anhelo se refleja muy bien en esos pequeños detalles en los que se encargan nuevas gafas porque Beverly tiene los cristales rayados. El hecho de pagar esos cristales no alarga la vida. Simplemente es ese objeto que ella no llegó a disfrutar pero la esperanza de que los pudiese usar es la que prima en la acción.

Todas las cartas y reflexiones que escriben hijo y padre se acompañan con dibujos y fotografías a la mujer ausente. La escritura es sincera y no esconde el miedo a no quedar ya nada. Es muy ilustrativa la reflexión de John en la que expone que todo lo que ha realizado en su vida ha sido para ella. Mientras escribía esperaba su reacción. Ahora que no está, ¿qué queda? Evidentemente este libro que da cobijo al dolor podría haber tenido trescientas o simplemente cinco páginas, pero siempre se muestra conmovedor y preciso, no son necesarias más. Un ejercicio en el que la asfixia por la pérdida no oprime la creatividad y la figura de madre y mujer pervive en un homenaje tan delicado como íntimo.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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