'LA RESPIRACIÓN'. Haciendo de tanto amor un amante del infierno



CRÍTICA DE TEATRO

'La respiración'
Autor y director: Alfredo Sanzol
Teatro de La Abadía (Madrid)

Las rupturas sentimentales son siempre un foco creativo que no tiene límite. ‘La respiración’ comienza con un monólogo  avasallador de Nagore, mujer que tras haber pasado un año desde el abandono de su marido, no consigue encontrarse más allá del dolor. Tras este inicio convulso, la historia despierta y se encamina hacia diferentes estados de optimismo, desvarío y encuentro. 

Alfredo Sanzol consigue instalar su teatro de 'sketches' en una propuesta más unitaria. Si bien es cierto que todos son cuadros con un principio, nudo y desenlace, ‘La respiración’ sí puede considerarse una pieza completa. Sanzol entrega a Nagore el espléndido papel de acotadora emocional del espectador. Esto rompe coherentemente con el frenesí de ciertos instantes para hacer partícipe al público del interior de un personaje que va despertando. Estos interludios son muy efectivos y ayudan a que el ritmo se dosifique de un modo continuo sin que por ello se pierda la fuerza enunciada.

La travesía de personajes que se instalan en la vida de la protagonista- por medio de la madre y sus amigos- son los guías de esos estados internos abrasivos. La autoestima y sus diferentes vaivenes son los que cobran el protagonismo. Hay un mérito enorme en la propuesta de Sanzol. Se indaga en temas escabrosos, de difícil cicatriz, para dotarlos de un positivismo sin caer en la mofa. La maquinaria para que toda esta complejidad pase en apariencia desapercibida es un mérito sublime del autor/director. El poder de la palabra, del gesto, la risa, el silencio, la pasión, la lágrima, la magia y el vacío se combinan con un resultado tan divertido como destacado.

En determinados momentos el absurdo se apodera de las situaciones para que lo grotesco y anhelado se fundan en unos instantes en los que la magia que lleva consigo el personaje de la madre de Nagore tenga ese lugar preponderante en la recuperación de su hija. Este aspecto mágico no termina de desarrollarse con toda la claridad que posiblemente la puesta en escena necesitase. Del mismo modo, la relación entre madre e hija carece de cierta complicidad necesaria, pero aun así funciona.

Todos los elementos, desde la puesta en escena, hasta el vestuario, la iluminación y la música, funcionan ensamblándose con oficio y nunca resultando artificiales. Los desvaríos situacionales ayudan a esa combinación de pasiones y amores encontrados. Los celos, las suplicas, las comparaciones, el acto de amar y meditar, el resurgir y el asumirse para así poder ser uno mismo son los ejes de un resultado tan sobresaliente. 

Nuria Mencia realiza una interpretación magistral. La habilidad de esta actriz no tiene límite alguno. Es capaz de pasar por todos los estados anímicos y que estos nunca resulten impostados. El texto de Sanzol tiene una aliada en ella, que siempre consigue dotar a la escena de ese tono justo, ya quiera desgarrar, emocionar o hacer reír. El resto del reparto es igualmente resolutivo. Todos van de la mano en una función que agrada y se disfruta porque nada en ella sobra. Sanzol sigue creando con una dirección firme y su solidez creativa sí ofrece a un dramaturgo diferente que aún tiene un recorrido sin fin.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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