'LOS PERROS'. Memoria de lo no visto


CRÍTICA DE TEATRO

'Los perros'
Autor y dirección: Selu Nieto
Compañía: Teatro a la Plancha
Espacio: Nave 73 (Madrid)

Un hospicio abandonado a su suerte en el que ya no quedan casi desheredados. Solo tiene ya como habitantes a tres desgraciados que esperan durmiendo la llegada del director para que les lleve donde se fueron sus compañeros. Tres individuos sin nombre y que nunca han sido nombrados, que apenas tienen un número y un mote por los que ser identificados. La piojosa, el ciego y Expósito. Y Lázaro, un perro guía de peluche, el único que parece conocer que hay más allá de las puertas del edificio.

Tres personajes que siguen esperando con la misma fe de siempre, mientras recuerdan a los que se llevaron a otro sitio mucho mejor que ese no lugar dónde sólo se puede dormir y esperar, un nuevo lugar donde se sienta el viento y se vean las estrellas. 

La escenografía, vestuario y la disposición escénica contribuyen a crear esa imagen de abandono, del tiempo que ya ni pasa, de los olvidados. Ropa sucia y abandonada además de unas estructuras de madera es todo lo que usan para desarrollar la trama. Estructuras que irán moviendo para dar forma a los distintos espacios por los que transitan los personajes.

El montaje de la compañía Teatro a la Plancha bebe de fuentes tales como Beckett o La Zaranda, sobre todo estos últimos. Esos personajes que se mueven en el esperpento, la espera absurda, la repetición de frases, la preferencia de lo poético, del gesto sobre lo meramente discursivo, narrativo. Esos personajes tan en la tierra y sin embargo tan dispuestos a volar. 

Es un buen comienzo partir de esos presupuestos, pero quizás  la gente de Selu Nieto aún necesite, y nada parece indicar que no lo vayan a lograr, ir perfilando su propio camino, conseguir un lenguaje propio, más personal.

La propuesta actoral es arriesgada, rozando el clown continuamente, con una gran importancia del trabajo físico, del gesto. Se juega con la repetición de frases y una forma de decir pegado a lo popular. Es como si se estableciera una dialéctica entre lo poético que está latente en el texto y lo terrenal de los personajes, entre la cruda realidad del hospicio abandonado y la posibilidad de un lugar mejor. 

En general este diálogo es resuelto de manera solvente y los tres actores realizan un trabajo notable interpretando con soltura esos personajes tullidos, donde la tara física se corresponde a la soledad de quien ha sido escondido a la vista de los demás. Sin embargo, por momentos se da una ruptura en ese equilibrio y el texto parece arrastrar a los actores, perdiendo fuerza en escena.

El texto de Selu Nieto crea atmósfera, parece tener el objetivo de impregnarse por la escenografía que remite al abandono pero también a la memoria y la esperanza. Su capacidad poética es innegable, sin ahorrar crudeza, pero a veces se ve lastrado cuando intenta dar respuestas concisas a lo que piensan o les ocurre a los personajes, como si el autor quisiera atar cabos y no confiase demasiado a esos tres tullidos.

El segundo montaje de Teatro a la Plancha apunta alto y señala que estamos ante una compañía con potencial y que dará que hablar en el futuro. Para ello debe ahondar más en la búsqueda de un lenguaje propio y limar ciertos desequilibrios en su apuesta escénica.

BENJAMÍN JIMÉNEZ

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