'40 AÑOS DE PAZ'. Desencantos y anécdotas


CRÍTICA DE TEATRO

'40 años de paz'
Autor y dirección: Pablo Remón
Compañía: La Abducción
Teatro del Barrio (Madrid)

Lo peor que le puede pasar a una representación de teatro, o a cualquier manifestación artística, es que cuando la función termina y las luces se encienden, el espectador se encoja de hombros y se vaya de la sala con la sensación de no saber muy bien a que ha ido al teatro, que es lo querían contarle o transmitirle, cuál era la causa por la que unos actores se han subido al escenario y le han exigido su atención durante una hora y media.

'40 años de paz' comienza con la muerte de un militar franquista  que se ahoga al caer borracho en la piscina de su casa mientras celebra el Golpe de Estado del 23-F, sin saber que terminará en fracaso. Su aparición de entre los muertos es la excusa para contar la historia del devenir de los integrantes de su familia. De esta forma se muestra la vida de sus tres hijos y de su viuda, lo que ha quedado tras la muerte de un orden, del antiguo régimen. Este presupuesto podría traer a la memoria el documental 'El Desencanto' de Jaime Chávarri. Sin embargo, aquí las historias familiares están descontextualizadas, tanto con el pasado como entre ellas. La muerte del padre, el representante de ese pasado dictatorial, pierde importancia, parece un Mcguffin. 

El inicio de la obra, que sitúa al espectador en un momento histórico concreto –más aún cuando el título de la obra juega con el lema franquista- muy significativo y de actualidad en estos días que se pone en duda el relato oficial de la Transición como proceso modélico, se queda en mera anécdota, con lo que cabe preguntarse la necesidad de señalar tanto esta circunstancia para luego desecharla al instante, salvo referencias explícitas en el texto, como si se necesitara de dotar a la obra de un barniz explícitamente “político”.

El devenir de los cuatro personajes configura un mapa de fracasos emocionales. Los tres hijos son un catálogo de incapacitados afectivos, de inadaptados con problemas a la hora de relacionarse con los demás y aceptar sus fracasos, lo que les lleva a continuas situaciones que rozan lo absurdo, lo grotesco.

Son esos momentos en los que aparece el absurdo donde la obra adquiere fuerza y brillantez, pena que sean tan breves. Cuando todo (los diálogos, la situación en la que se encuentran los personajes, el registro en el que se mueven los actores) apunta en ese sentido, desde la dirección se cortan y se apuesta por tomar otro camino, por avanzar por vías en apariencia “modernas”, “postdramáticas”, en lo que en realidad es una mera acumulación de recursos formales. 

De esta forma se utiliza o se deja de utilizar el micrófono sin un criterio claro. El uso de la música sigue el mismo criterio sin que parezca que tenga otro objetivo que el de conseguir, a través de un puñado de buenas canciones, la empatía del espectador de una forma un tanto conductivista.

Los actores se mueven en diferentes códigos y registros a lo largo de la obra, cada uno en el suyo, y pocas veces logran coincidir, lo que produce una cierta disonancia en los diálogos, donde los personajes pierden personalidad y así flota una continua sensación de dispersión. En este aspecto, se salva el personaje de la viuda, interpretada magistralmente por Fernanda Orazzi, que sí mantiene una coherencia y desborda cinismo, decadencia y ternura a partes iguales.

Que '40 años de paz' haya sido nominada a los Premios Max da una idea de la situación de la escena teatral española o, al menos, de los criterios y mecanismos de elección de los premios teatrales más importantes que se dan en este país.

El montaje de Pablo Remón se queda en la superficie, como si se hubiera conformado para salir adelante en presentar ciertas imágenes y escenas que cumplieran un mínimo de calidad, una escenografía e iluminación notable, a lo que añadir un espacio sonoro repleto de músicas reconocibles. Quizás Remón, reputado guionista, no haya sabido diferenciar lenguajes y ha fabricado una obra más pensada para cine, medio en el quizás hubiese funcionado, pero que aquí, sobre las tablas, no deja de ser una sucesión de relatos que se quedan en anécdotas, un espectáculo “bonito”, al que le falta haber apostado firmemente por alguna opción dramatúrgica y un compromiso con la historia que planteaba.

BENJAMÍN JIMÉNEZ

Publicar un comentario

0 Comentarios