'GHOSTBUSTERS'. Fantasmas sin alma



CRÍTICA DE CINE

'Ghostbusters' (Paul Feig. Estados Unidos, 2016. 116 minutos)

Que la cartelera hollywoodiense no está sobrada de imaginación e innovación es un hecho difícil de discutir. Que esto se deba a ausencia de talento o a una industria conservadora sería otro tema, aunque guionistas y directores hay trabajando en series, así que talento hay.

Otro hecho incontestable es que se está produciendo un enésimo 'revival', en este caso de la época de los 80´s, tan pródiga en 'blockbusters' de calidad y que han marcado a aquella generación. Evidentemente se ha producido una avalancha de producciones que revisitan, con mayor o menor (casi siempre menos) fortuna, aquellas películas.

Hollywood parece renunciar a atraer nuevos espectadores, a la espera de mejores tiempos, y se lanza a la caza del público de aquella época que aún está dispuesto a ir a las salas a ver cine y que pasará por taquilla aunque sea para ver qué han hecho con una parte de sus recuerdos.

'Ghostbusters' no podía dejar de ser una víctima propiciatoria de este 'revival'. Su primera parte es icónica y ha dejado numerosas escenas que hoy pertenecen a la cultura cinematográfica de muchos. Así que era cuestión de tiempo que se hiciera una tercera parte.

La película de Paul Feig, que se presenta como un 'reboot' (es decir, como una nueva versión desde el principio, con nuevas ideas), no deja de ser básicamente una recreación de su original de 1984 con la ligera modificación de la tecnología y el cambio de género de las protagonistas. Esta apuesta juega a la contra de la película, pues sale perdiendo en casi toda comparación y hace que los elementos buenos que tiene queden en un segundo plano.

El guión se pierde al principio en una sucesión de frases ingeniosas intentando aprovechar el talento demostrado por sus actrices en los 'late show'. En esta primera parte, que calca a la original, el ritmo se ralentiza por una presentación excesivamente larga e innecesaria de los personajes y de la formación del grupo. La trama queda escondida, como si se diera por amortizada. Esta diferencia entre presentación (que ahí se queda, en lo superficial) y la trama es aún más acusada con la presencia de Chris Hemsworth en el papel de secretario tonto de la oficina. Su personaje es plano y lo que podría tener de gracioso se pierde en su continua presencia en pantalla repitiendo gags y chistes. Tras la polémica porque la película fuera protagonizada por actrices resulta que son sus compañeros masculinos los que no dan la talla, salvo Andy García que tira de oficio en su papel de alcalde no muy inteligente pero que sabe medrar.

Las protagonistas se limitan a cumplir el trámite encorsetadas en un guion de programa nocturno estirado, una dirección casi inexistente y una propuesta que no sabe si alejarse o recrear la película primera de la saga. Que sean mujeres es casi una anécdota formal, ni suma ni resta, más allá de que siempre es una buena noticia que se vayan abriendo espacios a papeles protagónicos femeninos. Solamente Leslie Jones aporta algo de irreverencia y frescura a las nuevas cazafantasmas con un personaje deslenguado y con un humor ácido.

La segunda parte de la película da un acelerón considerable y todo ocurre rápidamente, como si se hubieran eliminado numerosas escenas en montaje. Las protagonistas disponen de una importante cantidad de gadgets para matar fantasmas (sí, los matan, no los cazan) que van apareciendo uno tras otro como en un videojuego. La película coge ritmo y se vuelve entretenida y divertida, un 'blockbuster' con oficio.

En toda la película planea la impresión de haber sido rodada solo por encargo y sin ningún tipo de implicación por parte del director que entrega un producto meramente correcto y aseado pero donde nada tiene personalidad. La ciudad es Nueva York como podría ser otra, los fantasmas aparecen sólo como excusa para ser destruidos, los personajes se quedan en lo superficial. Otro ejemplo más de cine sin riesgos ni imaginación.

BENJAMÍN JIMÉNEZ

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