'EL ASEDIO DE JADOTVILLE'. Uranio, guerra y olvido



CRÍTICA DE CINE

'El asedio de Jadotville' (Richie Smyth. Irlanda, 2016. 108 minutos)

Jadotville, otro enclave sin nada que lo hiciera especial y al que solo una batalla pudo poner en el mapa de la historia. Ocurrió en los años 60 del siglo XX, en un conflicto arrinconado y del que poco se supo, el de Katanga, la región más deseada del Congo. En juego estaba el dominio sobre la tierra del uranio y del coltan. Hay una mezcla de circunstancias que hacen jugoso lo sucedido en aquella zona: el exotismo atribuido a las profundidades de África, el papel desempeñado por mercenarios y ONU y el traslado de la Guerra Fría entre Estados Unidos y Unión Soviética a un tablero inédito. El cine ya tomó cuenta de ello y dio resultado filmes como ‘Último tren a Katanga’, donde predominaba el espíritu aventurero. El caso de ‘El asedio a Jadotville’, producida por Netflix, difiere notablemente. Alumbra un episodio del que hasta 2005, casi medio siglo después, no se supo lo realmente sucedido. Así, al modo que ‘Indigenes’ (2006) de Rachid Bouchareb hizo con los soldados argelinos que lucharon con Francia en la Segunda Guerra Mundial, este proyecto se descubre como un tributo a aquellos irlandeses que resistieron el ataque de mercenarios y tropas rebeldes, soportaron el olvido de los mandos occidentales representados por la ONU y aguantaron el desprecio de sus compatriotas al volver a casa. ‘El asedio de Jadotville’ cumple así una doble función, en el plano cinematográfico ofreciendo una ración de género bélico enraizado a ‘Amanecer Zulú’ (1979) y en el simbólico recuperando la memoria de unos cascos azules repudiados de vuelta a casa. 

Richie Smyth posiciona rápidamente a los personajes, el contexto y la situación. Sabe que lo central son las escenas de guerra y el resto es periférico una vez asumido que los lazos diplomáticos y políticos solo se movían por intereses claramente definidos. Queda así fijado su esqueleto, que se basa en la dinámica de escaramuza bélica y momentos –breves- de distensión en el lugar sitiado, al estilo que la fabulosa ‘Zulú’ (1964) de Cy Enfield. Se juega con un aspecto interesante, el hecho de que para los soldados irlandeses se trataba de su primera incursión en combate, enfrentados a mercenarios que presumían de todo lo contrario. Como es lógico en estos productos de matices reivindicativos, todo está dispuesto para la exaltación de valores atribuidos a lo militar como la resistencia y la dignidad, expuestos desde uno de los bandos. Resulta incómodo, y hasta un tanto injustificado, ver a las tropas rebeldes buscar la trampa y vulnerar los códigos bélicos con tal de ganar el combate. A pesar de estos detalles, hay que destacar el ritmo que imprime la dirección, la excelente labor de montaje y que la película no se desvíe demasiado por vericuetos emocionales y experiencias personales. No era ese el objetivo y se evita afortunadamente, con el resultado de un filme de aventuras a la antigua usanza, de mensaje directo e intenciones muy definidas. 

Viendo una lectura más amplia y aunque ya separen muchos años de lo sucedido, ‘El asedio a Jadotville’ realiza una crítica firme al papel desempeñado desde el mundo occidental. Lo pone a la altura del dictador de turno que encendió la mecha del desastre, el general Tshombé, cuyas breves irrupciones en la historia juegan un papel decisivo en el mensaje lanzado por el largometraje. Es sintomático, una vez más, que una película tan aferrada al género bélico sea al mismo tiempo un eficaz símbolo de la inutilidad de esas mal llamadas tropas de la paz. Más de medio siglo separan lo sucedido en Katanga de la actualidad. Las armas y algunas fronteras han cambiado, la esencia apuntalada por la diplomacia y la agenda exterior de las grandes potencias desde luego que no. 

RAFAEL GONZÁLEZ TEJEL

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