CRÍTICA DE CINE
'1898. Los últimos de Filipinas' (2016. Salvador Calvo. 129 minutos)
Con un pasado tan rico como el de España en escaramuzas que glosar, poco se ha dejado ver el género bélico en terreno cinematográfico en las últimas décadas, ya sea bajo excusas presupuestarias, dificultades de rodaje o simplemente para no meterse en berenjenales ideológicos. Ya se hacía de rogar, a pesar de todo, la recuperación de lo sucedido en Filipinas con el sitio de Baler en 1898, en el ocaso del último imperio. Lo real, un asedio que se alargó hasta pasada la finalización de la guerra, supera en este caso a cualquier ficción o guion tocado por la varita de la imaginación. Ese filón que suponía lo verídico, un suceso único que puede servir tanto para subrayar el absurdo de la guerra como para reflejar las convicciones del patriotismo de héroes sin gloria, se viene abajo ante una lectura tan superficial como la mostrada por ‘Los últimos de Filipinas’, una producción que bajo su subyugante envoltura esconde el vacío, otra película que funciona como anestésico de aquel allí y antes. El esquematismo del planteamiento, con personajes de apenas desarrollo, un enemigo tan decorativo como exótico y contextualización histórica nivel secundaria, moldea una película despojada de relecturas y valores sociológicos. Se prima el entretenimiento, magnífico ejemplar en consecuencia de sobremesa cuando sobre el papel la historia daba para un apetitoso plato principal.
Sorprende que en una producción que cuida tanto y tan bien la puesta en escena se falle de forma tan ostensible en la dirección de actores, flagrante en algún caso entre la soldadesca. Cada uno hace su propia guerra en la fortificación que se levanta en el interior de una iglesia en territorio filipino. El guion blanquea para hacer digeribles hasta los peores trances –con esa cámara que deja el fusilamiento en fuera de plano- y siempre aparecen justificaciones demasiado evidentes que restan veracidad a determinadas actitudes. La vertiente intimista de la historia apenas se ha trabajado y tampoco las escenas bélicas consiguen elevar la tensión de esta especie de Álamo a la española demasiado inclinado en agradar sin molestar en exceso, como buena superproducción comercial. No es frecuente ver trabajos de este tipo en el cine español y hay que valorar el trabajo de Salvador Calvo, haciendo equilibrios continuamente entre lo obvio y un intento de escapar de los lugares comunes. El resultado es desigual, sirviendo un entretenimiento blanquecino cuando la historia demandaba calar la bayoneta y cargar hasta el último soldado.
RAFAEL GONZÁLEZ TEJEL
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