STAN LEE: EL HOMBRE QUE SIEMPRE QUISO SER NOVELISTA


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 La muerte de Stan Lee no deja de ser un recordatorio de que la infancia y adolescencia han pasado. Ese yo que recuerdo de mí cuando leí -siendo consciente de lo que leía- a los 8 años el primer número de Spiderman fue un impacto sobrecogedor. Algún académico diría que sufrí un episodio epifánico. Si nos queremos poner estupendos, lo admitiré, lo es, no hay duda. ¿Quién era ese chico al que yo me parecía o quería parecerme? Era algo mayor que yo, pero él era brillante en los estudios y yo no. En realidad, no me parecía en nada, pero yo sentí que sí. Imagino que esa fue la primera vez que fui consciente de lo que era el autoengaño. Mostré un interés mayor en matemáticas que evidentemente, no funcionó. Recuerdo los domingos por las mañanas acudiendo al rastro en busca de esos números antiguos de Spiderman. Ya no quería ir al Retiro o a la Casa de Campo, solo el rastro y pasear en busca de las aventuras arácnidas o si podía una escapada a Arte 9 o Madrid comics. Un compañero de clase había heredado de su hermano mayor la colección ‘completa’ -anda que no le quedaban números por salir- de Spiderman. Los traía a clase y a todos se nos caía la baba. Algunos pensamos en golpearle y robarle los comics, pero eso terminó pareciéndonos desgarrador, él era nuestro amigo. Mi amigo L. que hasta entonces odiaba sus gafas, pasó a lucirlas con orgullo cuando pudo comprobar que eran muy parecidas a las que lustraba Peter Parker en los comics. Stan Lee ya había entrado en nosotros para instalarse en un apartado diferente a todos los demás. Ese grupo de amigos que conformábamos jugábamos a crear historias. Las más interesantes eran aquellas en las que adaptábamos los guiones de Stan al colegio. El truco era mirar algún número avanzado que no conociesen los demás y llevarlo dentro de los muros del colegio. “En mi pueblo Spiderman lo tendría difícil porque los edificios son muy bajitos”. “Yo tengo una prima japonesa, me iría allí con ella porque hay rascacielos”. “Dicen que si te pica una araña te puede transmitir sus poderes”. Así se pasaban los recreos.

 Un día, en una de esas semanas en las que la clase iba a la granja escuela descubrimos que había muchas arañas. No nos importó y pusimos nuestras manos para que los insectos nos picasen. Dolían las picaduras y descubrimos que uno de nosotros era alérgico. Nos devolvieron a casa. ¿Qué era eso de atentar contra nuestra salud? Era lo que era, solo que las arañas que nos picaron no eran radiactivas. ¿Qué nos había hecho Stan? No habíamos estudiado el Quijote, pero ya éramos pequeños Quijanos convertidos en falsos pequeños spidermans en busca de desfacer entuertos. 

Unos niños tenían un traje de Spiderman roto, yo no tenía ninguno. Las imitaciones que mis padres me intentaban comprar eran demasiado diferentes al que estaba en los comics. El de ellos era igual solo que troceado. Los guantes, por un lado, la máscara por otro. Me convencieron -sin apenas esfuerzo- de que debía ponérmelo. Lo hice y me insultaron para que corriese tras ellos. Así lo hice y pude constatar cómo mi velocidad era muy superior. Apenas les tocaba me decían que les hacía mucho daño, que era muy rápido y que incluso saltaba como un jugador de baloncesto. Me creí que con ese traje ya era diferente. Llegué incluso a planificar cómo salir de mi cuarto -vivía en un bajo- para impedir robos. Aún recuerdo sus risas. Stan… ¿qué habías hecho en mí? Todos llevábamos bajo nuestra ropa disfraces hechos con guantes de fregar y pantalones de pijama. Peter Parker era atormentado ¿quién le entendía? ¿quién me entendía? Se reestrenaron aquellas películas televisivas que había protagonizado Nicholas Hammond y evoco con gran ilusión el día que mi padre nos llevó a ver ‘Spiderman 3: El desafío del dragón’ (1979). Jugaba horas con mi hermano a todo lo que sucedía en la película. El dardo que le tiraban y cómo caía al agua, incluso me aficioné a la fotografía -mi padre había sido reportero gráfico y le cogía su cámara. Él representaba el papel de editor que me pagaba poco por mis fotos-. Mi hermano y yo vimos las anteriores películas televisivas con mucho interés. Eran tan malas que nos fascinaban. Aún a día de hoy tarareamos sus pegadizas bandas sonoras. Años después de un modo casi clandestino pudimos ver ‘The Green Goblin´s Last Stand’ (1992). Esa película sí que nos gustó. Adaptaba ese portentoso número que se titulaba ‘La muerte de Gwen Stacy’. Si no lo adaptaba era muy similar. Todo resultaba creíble y estaba envuelto en aquella iluminación más propia de película porno, pero el imaginario de Lee sí lo reconocí. Era una intentona muy seria de un admirador. Un homenaje de alguien al que Stan había despertado la creación. Mi amigo Salva Guerra -otro al que Stan  marcó a fuego- sabe todo lo que tiene que ver con esa película y lo que tuvo que pasar Dan Poole en todo su proceso mientras trabajaba en un acuario de Baltimore. Él tiene una idea para rodar sobre lo que fue ese rodaje, quizá ficción, quizá documental, pero un proyecto apasionante. Ojalá lo haga. La primera de las dirigidas por Raimi le debe muchísimo a la película de Poole. No se pusieron ni colorados al plagiar tanto. ¿Habría algún tipo de denuncia?

De todos los personajes creados por Stan siempre ha sido Spiderman mi preferido. Lo que generó con Steve Ditko ha sido lo que más me ha gustado. Hulk y Daredevil también me interesaban, pero no jugaba a ser ellos. Esos personajes con aquel tormento interior. Iron Man era muy divertido y con Dr Strange nunca empatice, aunque con Thor sí, pero eso era por mi amigo Don Luis que, me lo metió en vena. ¿Qué tenía Stan? Ahora ya en las múltiples películas que hacen sobre sus creaciones lo que más me gustaba era saber cuándo iba a aparecer su cameo. El resto es ya silencio, querido Stan. Lo más curioso de todo es que siempre quiso ser novelista. ¿Qué hubiese escrito?

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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