'EN MI PROPIA PIEL.' Violencia estatal bajo el foco



CRÍTICA DE CINE

'En mi propia piel' (Alessio Cremonini. Italia, 2018. 100 minutos)

No es demasiada extensa la lista de producciones con una sólida distribución detrás que busquen sin atajos remover conciencias y poner luz sobre actos que pudieran parecer aislados pero que esconden políticas estructurales de violencia e injusticia inamovibles desde hace décadas. Hace unos años ‘Indigènes’ (Rachid Bouchareb, 1998) sirvió para impulsar un movimiento social en Francia que llevó a que el estado reconociera el pago de una pensión a aquellos combatientes africanos que lucharon en sus filas en la Segunda Guerra Mundial. No hay excesivos ejemplos en ese sentido, porque el cine de denuncia raramente alcanza una difusión que pueda promover algún tipo de cambio. ‘En mi propia piel’ se lanzó en la Mostra de Venecia y lo que asemejaba ser un estreno más ha ido paulatinamente convirtiéndose en un fenómeno social. Paralelamente, incluso, su cegador foco ha inducido, como si fuera producto del impulso emocional derivado del masivo visionado de este filme, un giro radical en los hechos reales en los que se basa, con la aparición de un nuevo testimonio decisivo en el proceso judicial.

‘En mi propia piel’ es un ejemplar claro de cine de denuncia, poniendo la luz sobre ese peligro amenazador que esa violencia ejercida por el estado que tantas veces queda impune. Esta docuficción retrata en las últimas horas de Stefano Cucchi, un joven romano arrestado en 2009 por tráfico de drogas. Se adentra en lo sucedido tras la detención, la violencia, incomunicación y dejadez a la que fue sometido, una imparable cadena de acontecimientos que le llevó a la muerte. El contexto que delimita ‘En mi propia piel’ en absoluto desmerece su lado artístico. Logra trascender el peso del documento real en el que se basa y eso se debe en gran parte al modélico trabajo tanto físico como gestual de Alessandro Borghi y a un guion que sabe sugerir y que no dulcifica. Película oscura, su gama cromática así lo atestigua, no juzga ni al protagonista ni a los que ignoraron su padecimiento y miraron hacia otro lado. En el caso de Cucchi, deja asomar esas espinas de un pasado duro sin recurrir a la tentación del flash-back. Es interesante destacar el uso del fuera de campo en las escenas que pudieran llevar emocionalmente al extremo, como la paliza sufrida al inicio por el joven italiano. 

Así, sin alardes y de una forma sutil, Cremonini hace que se genere una conexión entre Cucchi y el espectador. No solo hay violencia física, sino que ya en un segundo tramo del filme aparece otra menos visible pero igualmente devastadora, la psicológica. La burocracia somete a los padres y hermana de Cucchi a la imposibilidad de verle mientras está hospitalizado y en consecuencia, al desconocimiento de este sobre por qué no quieren visitarle, sumando a su agonía física todo tipo de remordimientos. Son los momentos más duros y severos de una producción que deja tocado y que hace visible una realidad de la que poco se ve y menos se habla. Cine necesario y más en estos tiempos, una bofetada que busca despertar nuestras rutinas embobadas de hoy en día. 

RAFAEL GONZÁLEZ

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