CARBALLAL, RAMBERT, LIDDELL. Egos revueltos.

OPINIÓN

El Pavón Teatro Kamikaze otorgó su primera beca de Dramaturgia Contemporánea a Lucía Carballal por su texto ‘La resistencia’. Obra que ha sido dirigida por Israel Elejalde en los Teatros del Canal. Curiosamente, Pascal Rambert comenzó a estar en boca de todos tras su función ‘La clausura del amor’ en los Teatros del Canal. Hoy todo está al revés. Uno de los responsables del Pavón Teatro Kamikaze dirige la obra a la concedieron su beca en los Teatros Canal y Rambert estrena en el Pavón Kamikaze. Es cuánto menos curioso ese juego de espacios. Liddell, por el contrario, va cambiando de escenarios y es muy gratificante que haya decidido regresar a los Teatros del Canal, aunque en esta ocasión su obra no haya tenido el mismo impacto. 
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‘La resistencia’ es un texto que tiene muchos elementos potentes pero en el que el conflicto queda diluido en algo que no tiene la suficiente fuerza y más cuando trata de dos amantes que mantienen una relación desde hace diez años. Carballal maneja bien las conversaciones que, atendiendo a los personajes, rezuman ese aire burgués que las hace graciosas en bastantes momentos. Mónica 47 años, David 55, en la puesta en escena esta diferencia de edad no es palpable en absoluto, aunque la dramaturga lo dejase claro en el dramatis personae. Los esfuerzos de envejecer a Francesc Garrido son más de cara a la galería que a la realidad. Todo comienza de un modo vertiginoso y chocante. El tono de voz empleado por Garrido con ese abuso de las eses, llega a desconcertar. Ambos personajes son escritores -ego garantizado- y su duelo es sugerente pero el mismo se pierde en una desconfianza poco verosímil. Las metas en la vida, las ambiciones, la buena literatura, la escritura, los elogios, las frases, las penumbras y las decepciones. ¿Hay que admirar a quién escribe? Los temas sentimentales quedan levemente tocados por ese ego y esa destrucción de la belleza que termina por perderse. ¿Es bueno continuar luchando por un sueño cuando se sabe que no se va a ser el mejor? Bernhard retrató la cuestión de maravilla en su novela ‘El malogrado’.

La puesta en escena de Elejalde posee su mayor virtud en la dirección de actores. Ambos se mantienen en su tono de naturalidad pese a alguna frase rimbombante. Sus movimientos sin embargo no son naturales y entorpecen sus palabras. La escenografía recrea un bar que bien podría el de una serie de sobremesa que lleva muchos años de emisión. Demasiado repleto. Botellas con bebidas rojas, azules… mesas, más mesas… todo en contra de los actores.  No aporta nada y resta fuerza a la propuesta escrita. El empleo del video es ineficaz y carente de sentido. Mar Sodupe y Francesc Garrido son hábiles en sus interpretaciones algo que es determinante. Una puesta en escena más eficaz hubiese tenido un resultado más acorde a lo ideado por la autora.
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‘Hermanas’ es un gran título, pero su pésimo subtítulo ‘Bárbara e Irene’ casi le resta toda la fuerza. El montaje de Pascal Rambert es dinámico y está muy bien interpretado, aunque peque de un exceso de gritos innecesarios. El texto es irregular y está plagado de lugares comunes. Sobre el papel parece tratarse de una obra que ya se ha visto en demasiadas ocasiones. La inteligente dirección de Rambert consiste en manejar con destreza un combate a pecho descubierto. La rabia del pasado, de la ausencia, de los celos y del talento. La fuerza de ambas actrices mantiene la obra con mucha entereza. El ego de unos personajes que se asfixian por no ser capaces de ser honestas con lo que fueron y lo que son. La iluminación es efectiva con esos fluorescentes que en el momento de la música funcionan casi como una falsa discoteca. No entorpece en la propuesta dado que la misma no busca un preciosismo estético. La naturalidad de ambas actrices -sin contar las ya mencionadas salidas de tono- hace más grande al texto. Consiguen sobrellevar instantes artificiales con un fraseo entonado de forma elegante. Hay humor también en ese exceso propuesto. El momento del baile es emotivo en esa proximidad fraternal. Todo continua, nada cicatriza, pero la vida sigue. Buen espectáculo de un director que maneja el conflicto escénico con elegancia y sin recurrir al continuo artificio de la tecnología.


‘The Scarlett letter’ no transciende en nada que no vaya más allá de la pose y de algunos cuadros escénicos magistralmente dirigidos. Aunque tenga como base el texto de Nathaniel Hawthorne, Angélica Liddell no consigue tomarle el pulso y deja a un lado su fuerza textual, abandonando el espectáculo a merced de una propuesta estética desigual que alimenta un ego que jamás se sacia. ¿Qué pretendía? ¿Tiene qué valer todo? Los monólogos que la autora, actriz y directora plantea no perturban por mucho que ella piense que sí. No ofrece consistencia en nada de lo que expone. Sus referencias culturales tampoco tienen justificación. Más bien parece querer citar a sus autores de cabecera en una obra desestructurada que se esconde en provocaciones nada inquietantes. Quizá con el siguiente montaje vuelva a recordar a aquella autora en búsqueda continua.


IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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