'RADIOGRAFÍA DE UNA PASIÓN'. Zaragocismo en vena


CRÍTICA LITERARIA

'Radiografía de una pasión'
Autor: Jesús Villanueva Nieto
Editorial: Doce Robles
Año: 2018

Pésimos tiempos los actuales por los que pasa el Real Zaragoza. Equipo puntero en los noventa, inolvidable a mediados de los sesenta con los Magníficos y copero por excelencia, lleva más de un lustro enfangado lejos de la elite. Arrastra por la segunda categoría del fútbol español años de mala gestión en lo económico y lo deportivo, con el casi aislado sostén de una afición que no pierde lo único que le queda, la moral. Históricos de la entidad han ido alejándose paulatinamente en esta cuesta abajo sin fin, desde Manolo Vilanova hasta Luis Costa. El doctor Jesús Villanueva pertenece a este club de irreductibles al servicio de la causa maña, treinta y dos años al frente de los servicios médicos, cortados de cuajo y de la manera más cruel posible en 2016. De nada sirvió su adhesión a la causa durante tanto tiempo y una hoja de servicios intachable. Como tantos en estos años cruentos, acabó litigando en los tribunales con el club al que había dedicado casi toda su vida profesional, cruel símbolo de ese fútbol de antes que no se entiende con el de ahora, el de los fondos de inversión, las sociedades anónimas y los consejos de administración sin alma. 

Villanueva testimonia ahora en ‘Radiografía de una pasión’ (Editorial Doce Robles) de forma sencilla y alegre, con un estilo más oral que escrito, esas tres décadas de acontecimientos inolvidables para el zaragocismo, en lo bueno y en lo malo. El gol de Nayim en París, las tres copas del Rey, el fútbol-total de Víctor Fernández de mediados de los noventa o cómo se rozó la conquista de la liga la temporada 1999/2000 con Txetxu Rojo, por un lado y, por otro, la llegada del ínclito empresario Agapito, los continuos torpedos lanzados por Javier Tebas, los follones con gente como García Pitarch (definido como "individuo con sueldo estratosférico", pág. 269) o Marcelino (“creía que todo el mundo era enemigo suyo. Y trabajó mucho para conseguirlo”, pág. 232), los descensos a Segunda, los presuntos casos de amaño y los continuos desplantes de las fuerzas políticas de la ciudad y región a la entidad. No falta la autocrítica, como con lo sucedido como con el Paquete Higuera, al que reconoce que dejó jugar “sin estar completamente recuperado” (pág. 134) ni el inmenso dolor que le causó esa ruptura venenosa con su club ya al final de su carrera. El libro es así un suma y sigue de anécdotas que llevarán a la nostalgia al lector, un repaso, por extensión a tres décadas de fútbol con sus victorias y sus derrotas, con el añadido de contar con un punto de vista inédito, el procedente de un médico. Así pueden conocerse interioridades como las triquiñuelas de jugadores para no entrenar y las presiones que hay en los reconocimientos físicos de los fichajes. El caso del defensor italiano Marco Lanna (pág. 175) es el más revelador. No pasó el examen al tener una rodilla destrozada para la práctica del fútbol, pero tanto entrenador como director deportivo pidieron al doctor que aprobara el reconocimiento. “Me negué en rotundo. Finalmente me convencieron con una sola razón: o Lanna o no venía ninguno”. Lanna fichó y dio un rendimiento aceptable.

Cabe destacar más allá del recuento de anécdotas (memorable el paso de Brehme o Pennant, entre otros, por el club maño) algo que debería interesar más allá de la simpatía que el lector profese al Real Zaragoza o su nivel de afición al fútbol. Es el tema de las prácticas médicas cuanto menos dudosas, hecho que debería llevar a la reflexión y quizá a algo más tras leer algunos de los episodios truculentos que describe el libro. El doctor Villanueva se explaya al hablar sobre la tensa situación al respecto que se vivió en el paso por el club (2008 a 2010) de Marcelino García Toral, entrenador hoy del Valencia CF. “El técnico se había empeñado en dar suplementaciones a los jugadores. Llegaron a tomar en momentos puntuales hasta veinte productos distintos al día” (pág. 236). Sigue y explica que el principal desencuentro con Marcelino no vino ahí, sino “cuando nos dijo que había que inyectar sustancias por vía intravenosa”. Villanueva y el resto de servicio médico del club se negaron, por lo que desde la entidad se contrató a un médico, “un hombre que pinchaba a todo lo que se movía, alguna vez les pinchaba antes y después del partido, y en lugares poco aconsejables”. Concluye Villanueva contando cómo la plantilla celebró en privado la marcha de Marcelino: “se acabaron las inyecciones intravenosas”. Unos años antes, cuando Marcos Alonso cogió el equipo para salvarlo del descenso, se trajo consigo a un preparador físico entonces desconocido, el Profe Ortega, hoy hombre clave en los éxitos recientes del Atlético de Madrid. Explica Villanueva la costumbre que tenía el argentino de la noche antes de los partidos “pasar por las habitaciones y repartir unos batidos que él preparaba a base de leche, galletas, plátano y algún ingrediente más que no recuerdo (pág. 192)”. El Zaragoza terminó descendiendo. 

Antes de este conglomerado de anécdotas de todo tipo, Villanueva deja sin querer una bonita lección de lo que supone tomar decisiones clave en la biografía de una persona. Él se encontró en una de esas encrucijadas en 1982. Por delante tenía una carrera en el mundo del arbitraje, acababa de ascender a la máxima categoría y estaba avalado como uno de los más prometedores rencillas de la época. Entonces apareció la oferta del Real Zaragoza y ni lo dudó. En ningún momento a lo largo del libro, ni siquiera en los peores trances, aflora algún mínimo de arrepentimiento y sí total responsabilidad acerca de lo decidido en su día. Al final, el fútbol perdió un árbitro y el Zaragoza ganó un histórico.

RAFAEL GONZÁLEZ

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