'DRÁCULA'. Despropósito referencial



CRÍTICA DE SERIE

'Drácula' (Mark Gatiss, Steven Moffat. Reino Unido, 2020)

Francis Ford Coppola cuando dirigió su Drácula en 1992 marcó un antes y un después en el género vampírico. Si se tiene en cuenta el guion, el mismo no era ni una adaptación de la novela, por mucho que en su título lo remarcarse, ni tampoco una aproximación original. La misma tenía unos precedentes demasiado obvios en el ‘Drácula’ (1973) dirigido por Dan Curtis para la televisión con un resolutivo y creíble Jack Palance y en el de John Badham (1979) con el seductor Frank Langella en el rol del conde. La habilidad que tuvo James V. Hart fue saber combinar tales influencias y añadir elementos sentimentales e históricos que sí consiguieron que la película tuviese una base contundente o cuanto menos, que su pacto de ficción fuese consecuente y asumible. A esto se le ha de sumar la brillante idea de Coppola de no añadir efectos digitales. Su forma de materializar las imágenes sí fue un tratado brillante de cinematografía. Además, la banda sonora terminó por ensamblar una obra determinante en el género vampírico. A partir de ese instante todo han sido bandazos con referencias a este Drácula. La anterior aproximación al personaje de Stoker fue la protagonizada por un seductor Jonathan Rhys Meyers. Diez capítulos muy desiguales pero que sí intentaron arrojar algunas variantes. Una miniserie hubiese tenido mejor suerte. Se echó por tierra la producción y aunque no subsistió a las voraces críticas sí poseía aciertos muy grandes, como podía ser el personaje de Renfield. 

Mark Gatiss y Steven Moffat han naufragado completamente a la hora de intentar ser más originales que Bram Stoker. Es un desvarío incluir en su título el nombre de Stoker. Su forma de resucitar a Sherlock Holmes fue brillante en sus dos primeras temporadas. A partir de la tercera el castillo de naipes cayó sin recuperación posible por muchos especiales que hiciesen. Su forma de abordar Drácula es espeluznante en sí misma por la aparente falta de trabajo que han tenido los guiones en sus tramas y subtramas. 

Partiendo de un comienzo curioso, a partir de los cuarenta minutos todo comienza a chirriar. El tratamiento a Jonathan Harker puede ser llamativo y aunque sus aventuras en el castillo obedecen más a trampas de guionistas que a situaciones con sustancia, se podían aceptar. Tras eso ya deja de ser llamativo y absolutamente todo se transforma en una caricatura no pretendida. El personaje de Van Helsing, la histriónica Mina, el propio conde y las monjas son apuestas sin fuerza que terminan por diluir algunas buenas intenciones. Mina es un esbozo de la simplicidad que acaricia la serie. Arrojan al vacío un personaje rico de forma incomprensible.

El segundo capítulo ya es el colmo de la desconexión. Recrea el viaje en barco a Londres en el que se dan cita todo tipo de recuerdos, muertos y partidas de ajedrez al más puro estilo de ‘El séptimo sello’ (1957). La primera parte del capítulo ofrece tedio y reiteración. Ese es el momento en el que se constata que la apuesta es algo sin sentido. Ya no hay más probaturas, otra aproximación a Drácula tirada a la basura. A partir de ahí el episodio entretiene más y divierte porque ya nada se puede esperar de tal alegoría de despropósitos. El final es de carcajada abierta. Más bien parece una apuesta de los creadores por ver qué idea era peor que la anterior para demostrarse que nada importa porque ya tienen el respaldo de la plataforma de exhibición. 

El tercer capítulo es ese broche de desidia creativa con instantes muy sugerentes. Atisbos que no se concretan. Drácula en la actualidad con la revisitación de ciertos personajes como el Doctor John Seward, Quincey Morris y la enigmática y fogosa Lucy Westenra. Esto sí es algo que podría haber sido una indagación acertada y más en consonancia con lo que se propuso en ‘Sherlock’ (2010). El resto se vuelve a lo mismo y las malas ideas terminan contaminando nuevamente la propuesta para concluir con un final descabellado. Drácula es un vampiro elegante y exquisito que solo puede tomar sangre en condiciones idóneas. No le valen de muertos o enfermos. La elegancia del personaje es demasiado gélida y existen homenajes en algunos planos a Christopher Lee, pero son pequeños guiños que no calan. Agotan las comparaciones entre sangre y vino, pero se termina sonriendo ante una realidad demoledora: se produce tanto en cine como en televisión sin atender a las propuestas. Otro aspecto muy negativo es el maquillaje y la dirección artística. Todo se ve parte de un decorado y las heridas parecen los utensilios que venden en Halloween para los niños.

Esta miniserie no cautiva ni está trabajada. Es una reunión de impertinencias creativas. ¡Larga vida a Drácula!

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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