'SIN TECHO'. Vida en la calle





CRÍTICA DE CINE


'Sin techo' (Xesc Cabot, Pep Garrido. España, 2019)


Un sociólogo escribía recientemente en una tribuna abierta que a las personas que vivían en la calle se les trataba como muebles o decorado. Están allí, aunque invisibilizadas, asumida por la ciudadanía su estado como algo irreversible. Personas deshumanizadas, despojadas de lo mínimo, excluidos que existen aunque no se quiera ver. Observación y realidad, es lo que reivindica ‘Sin techo’, pequeña producción catalana que se aleja de la compasión, explicaciones y búsqueda de soluciones para retratar, directa y sin rodeos, una problemática individual que podría ser la de tantos. A ‘Sin techo’ hay que agradecerle que se sitúe en un plano en choque con la condescendencia y que no recurra a ninguna manipulación emocional. Privilegia el tono frío y casi quirúrgico en detrimento de lo estructural. El foco se pone en lo individual, en la elaboración del perfil del protagonista. La información al respecto se dosifica y apenas llegan datos que permitan contextualizar su biografía y qué le llevó a la calle. Hay espacios vacíos que el guion no rellena y debe ser el espectador el que ponga de su parte para rentabilizar lo visionado.

No es tan importante por lo tanto la peripecia del protagonista, resumida en la búsqueda de la redención de un pasado traumático. En ese sentido la película es como el camino que inicia de vuelta al hogar familiar: lineal, directo, sin atajos ni desvíos, perdido entre lugares sin nombre y de grisácea concepción y con hachazos repentinos de violencia física y psicológica. No hay casi conversaciones y la música no aparece para interrumpir ese silencio sepulcral que solo rompen los sonidos de la vida urbana y la naturaleza. El periplo, interior y exterior, se configura así duro e inmisericorde, con el frío y la soledad como enemigos o simplemente aliados y compañeros de viaje.

‘Sin techo’ se configura como un notable producto de cine social, que tan en boga estuvo hace un par de décadas y que tan famélico andaba en los últimos años. Es metraje reflexivo y lento que puede llegar a exasperar tanto como apoderarse e impregnar el estado de ánimo del espectador. Evidencia el resurgir de temáticas de relevancia social, ya sin esas licencias sentimentales o compasivas que la sequedad de los tiempos actuales ya no permiten, y ahí ese final que no es más el inicio de un nuevo recorrido en círculo.

RAFAEL GONZÁLEZ

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